OEA y CIDH, la fábula de la diplomacia

Los organismos internacionales tienen como finalidad teórica promover la convivencia entre los pueblos y gobiernos de las naciones, velando por el respeto de los derechos humanos, procurando que disminuya la brecha entre unos pocos, poquísimos, que tienen mucho y una mayoría que le toca compartir lo poco que queda o chorrea. Basados en esta premisa, que incluye el respeto a la libertad individual (muy manipulada y mal entendida muchas veces) podemos afirmar que estas instituciones están más que “raspadas” en cuanto a la evaluación en el cumplimiento de sus deberes. Y no puede ser de otra manera, desde la propia creación de estos organismos se distorsionó por la vía de los hechos el contenido de sus propuestas, para pasar a ser apéndices y fachadas del poder hegemónico, para convalidar los absurdos mayores y ser garantes de la ley del garrote y del embudo (ancho para el que puede y estrecho para el perraje).

No escapan la Organización de Estados Americanos (OEA), ni la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a la triste realidad de ser parapetos llenos de frases rimbombantes que a la hora de pronunciarse lo hacen no en base a la justicia y equidad sino en torno a los intereses de los sectores más conservadores, no atreviéndose en caso alguno a contradecir los dictámenes de los gobiernos de Estados Unidos y los intereses económicos con más poder. En la década de los 60 la OEA fue rebautizada y con justicia como el “Ministerio de Colonias” de los Estados Unidos, y son numerosos los ejemplos de su actitud ciega, sordo y muda a todas las invasiones, intromisiones e injerencias groseras de los gobiernos gringos en casi todo el continente, considerado por ellos como su patio trasero. Todo esto apoyado servilmente por los sectores retrógrados y oligárquicos  de América Latina y en buena parte del trecho por la jerarquía eclesiástica, empeñados en su feroz cruzada “anticomunista” en la que cae cualquier iniciativa reivindicativa o redentora de los derechos de los secularmente excluidos y sometidos.

Forman un escándalo esos sectores conservadores cuando el Gobierno Bolivariano anuncia la posibilidad de abandonar el CIDH, pegan el grito al cielo, y los consabidos analistas y expertos hacen todo tipo de elucubraciones y pronósticos sobre el inminente “aislamiento” de nuestro país en la esfera internacional. Saben ellos que la CIDH nunca o muy pocas veces ha funcionado para lo que fue creada, y que el estado de los Derechos Humanos de muchos pueblos en América Latina no fue de interés para esta comisión cuando predominaron las dictaduras de derecha en el continente, apoyadas y soportadas por la hegemonía político-militar norteamericana. Basta recordar el muy triste episodio del derrocamiento y asesinato de Salvador Allende en 1973, capítulo oscuro de la historia reciente, alcahueteado hasta el sarcasmo por los “organismos internacionales”. Las desapariciones forzadas en todos los países del cono sur, incluyendo el nuestro, en las décadas de los 60-70 y 80 del siglo pasado, el quita-pon de gobiernos títeres de generales de galería en centro-américa acorde a los deseos del pentágono, el aislamiento comercial a Cuba durante tantos años, todos hechos que se convierten en testimonios terribles de la inutilidad e hipocresía de la CIDH y su madre la OEA.

En los últimos años la mentada comisión ha manejado una conducta rayana en el cinismo, basta observar sus actuaciones y pronunciamientos contra gobiernos de corte progresista que han logrado avances importantes en materia social y de rescate de las grandes mayorías, el inmediato pronunciamiento a favor del golpe de estado en Venezuela en el 2002, la díscola posición respecto al golpe de estado en Honduras y el intento de golpe en Ecuador.

Vergonzoso y negligente sería que nuestro gobierno no se pronunciara enérgicamente en contra de esa diplomacia cipaya, que vayan con su farsa a otra parte.

cogorno1@gmail.com



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Arnaldo Cogorno M.


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