Dentro de la heterogénea masa que apoya la candidatura de la oposición hay gente que, sinceramente, está convencida de que Capriles representa un futuro promisor para Venezuela. Son pocos; pero, sin duda, los hay. Piensan que, sin hacerle caso alguno a los datos de la realidad, ese futuro está a la vuelta de la esquina.
No hablemos ya de una opción de victoria negada por los sondeos y proyecciones estadísticas ni puntualicemos la exagerada diferencia en negativo que hay entre este candidato y la opción mayoritaria de profundización del socialismo representada por Hugo Chávez. No evaluemos las capacidades excepcionales de hombre de Estado que necesitaría Capriles para asumir esa responsabilidad; pues, objetivamente , no hay indicios de que las tenga en ninguna proporción. Ni discutamos la pertinencia, la profundidad y la originalidad de ideas ¡qué tampoco!
Centrémonos en la posibilidad negada de que efectivamente sea presidente de Venezuela. En este caso, ¡si es verdad que la gata se subiría a la batea! Esta gente ilusionada por un país de ricos y pobres tomados de la mano; disfrutando de un crecimiento económico desbordado y creciente, impulsado por los impolutos capitales foráneos; descubriría con horror que le han sacado la escalera y sus manos están aferradas a una brocha.
Porque ya no hay manera de ocultar con palabras y propaganda la injusticia que significa una distribución desigual de los recursos y de las posibilidades. Porque no es posible pagar la inmensa deuda social que se tiene con los pobres de este país, sin afectar los intereses de los privilegiados y sin ponerle freno a la insaciable rapacidad de los grandes capitales. Porque no hay manera de salvar este planeta sin arrinconar el interés capitalista de obtener beneficios económicos aún al costo de la salud de las aguas, de la fertilidad de los suelos, de la pureza del aire y, sobre todo, de la existencia del hombre.
Menos aún cuando el candidato en cuestión es defensor del capitalismo, fuente y sostén de todos estos males.
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