Son Actitudes opuestas, la supremacía y la humildad.
La actitud es el desarrollo de la ideología; viene de acto, que es la acción, que determina la buena o mala conducta de cada individuo. Pero, ¿Quién sabe, o determina si la conducta es buena o mala?
Cada quien se califica por sí mismo. Recordemos la enseñanza perfecta del amado maestro Jesús Nazareth: “Por sus frutos los conoceréis”. Así que, por nuestros frutos seremos conocidos. Como la conducta es la manifestación de lo que pensamos, es ella la que determina si somos humildes, o supremáticios.
El humilde sabe oír, tiene paciencia para esperar hasta que su interlocutor diga todo lo que desee expresar; jamás le interrumpe, y le presta la máxima atención; lo cual demuestra una gran elevación espiritual; porque más sabio es oír, que hablar. Recordemos que, “En las muchas palabras no faltan errores”.
No olvidemos que, en la humildad está la grandeza.
El humilde nunca se burla de las equivocaciones, o errores que pudiese cometer su interlocutor. Si cree que debe interrumpir para ayudar a ordenar alguna idea, lo hace con la mayor suavidad y mucha prudencia.
El supremático es aquel individuo que cree ser superior a todo otro individuo. Piensa que nadie puede superarle en nada, ni en belleza, ni en fuerza, ni en sabiduría, ni en astucia, ni en salud, ni en nada. El supremático; para si mismo, es lo máximo.
Cuando más evidencia su sentimiento de supremacía, es cuando discute algún tema con alguien. Según su propia opinión, sólo él conoce el tema y tiene la razón. Por lo general habla velozmente, sin parar; y sube exageradamente la voz.
El supremático suele tener la equivocación de que hablar rápido es signo de inteligencia; porque ignora que cuando las palabra salen con más velocidad que el pensamiento, lo único que podría sugerir es un montón de paja seca, que no sirve ni para alimentar a los caballos. Cree el supremático que la razón consiste en hablar primero, hablar mas veces, hablar mas refinado y hablar fuerte. Para él apabullar a los demás hablando sin tregua, para no darles oportunidad, es signo de victoria, porque ignora que la razón surge, es de la discusión sana, del razonamiento, y no del monopolio de la palabra.
Sépase, que, el poder está en la palabra.
Si la palabra es el verbo, y “en el principio era el verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios, y todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho fué hecho”, entonces, el poder está en la palabra, pero, tengamos presente que, ese poder es un arma de doble efecto. Con la palabra se maltrata, se ofende, se destruye; y con la palabra se levanta, se alienta
Tratemos de no mentir jamás. Eso si es importante. Antes que la supremacía, preferamos la humildad; porque ciertamente, Dios escogió a los humildes para avergonzar a los sabios y poderosos de este mundo.
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