Chávez, hace apenas unos días, reiteró su rol de propiciador, factor o agente revolucionario, para que el pueblo, el de aquí y más allá, sea empoderado y se empodere, para producir los cambios que se avengan con sus intereses y derechos. No ha dicho otra cosa distinta que a él, desde el puesto de mando, no le corresponde sino impulsar, facilitar, en el mejor sentido de la palabra, para que la dirigencia actúe e impulse al movimiento popular por cambiar la sociedad al ritmo y profundidad que alcance su creatividad, ejercicio democrático y equilibrio necesario. Ha dicho claramente que el Estado y él mismo, al frente de éste, no van a decidir a ultranza lo que haya qué hacer y el cómo.
En medio de las dificultades que lo anterior envuelve, la lealtad adquiere un valor insospechado. Por eso uno percibe frecuentes muestras de la confianza que el presidente deposita en Diosdado Cabello y la entrega del monaguense en momentos cruciales.
En el pasado, el hoy presidente de la AN, no entraba en el perfil que, con altísima carga ortodoxa, nos habíamos formado para los roles que ha venido asumiendo con acierto. Lo ha hecho bien al frente de la instancia legislativa y magníficamente en el de vicepresidente del partido. Mientras Chávez cumplía con la rigidez del convaleciente por el último tratamiento, Diosdado se desplazó por el país y pronunció excelentes discursos, muy a tono con las exigencias de la precampaña electoral y superó con creces al candidato opositor y su Comando.
En un movimiento complejo como el chavista, una estrategia nada ortodoxa que parte en verdad de impulsar las iniciativas populares, y no dejarse atrapar en redes de la burocracia, ortodoxia, que en veces confunden las estrechas y limitadas estructuras partidistas con el movimiento popular, contar con gente activa, entusiasta, cristalina y leal a la idea primigenia y líder que la impulsa, es una ventaja invalorable.
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