21 de julio. Un día muy especial en mi vida. Para Marx, la vida sin la casualidad fuese muy mística, pues a la casualidad le agradezco ese tiempo de alegría que viví durante horas el día 21 de julio. En medio de una conversación accidental con una profesora de un caserío, salió de sus labios un nombre que me llamó poderosamente la atención: Jacobo. La fastidié, así lo creo, preguntándole sus descripciones y yo le señalaba algunas y me decía “No es la persona de la cual usted habla”. Sin embargo, yo seguía insistiendo y nada. Cuando la profesora llegó a la casa donde esa noche iba a dormir para continuar su viaje a la madrugada del día siguiente, disparé mis últimos cartuchos aprovechando que en medio de sus dudas se preguntó: “¿Pero por qué sería que él le puso a uno de sus hijos: Jacobo?”. Y luego de cruzarnos con otros datos, me dijo: “Debe ser él”. Nos despedimos y tomé rumbo a otra dirección llevándome la esperanza que en pocos días me enviara algún menaje positivo. Justamente, a los pocos días recibo una llamada de un teléfono completamente desconocido: era el camarada y comandante Jacobo. Desde ese momento se me internó una inmensa e indescriptible alegría por verlo, ya que hacía 49 años que no tenía contacto, ni directo ni indirecto, con él. Pero de una alegría puede venir otra alegría. A los pocos minutos recibí otra llamada de otro teléfono completamente desconocido: era del camarada Luis Mosquera, a quien no veía desde hacía 33 años. Jacobo, entre las cosas que hablamos o recordamos por teléfono, me dijo que el camarada Rafael Piña andaba también muy cerca y el cual tenía yo que no lo veía desde hacía 33 años.
Nos citamos para el sábado 21. Los días fueron pasando y mentalmente se me alargaban como los brazos de esos gigantes que veía el loco y flaco Quijote cuando se acercaba a un campo de molinos de viento y no le hacía caso a las verdades de ese otro genial “cuerdo-solidario” de La Mancha y de cerca de Barcelona: el gordo Sancho Panza quien, según el poeta León Felipe, el día que renunció al cargo de Gobernador de una ínsula de mentira se llevó la justicia con él, por lo cual está en capacidad de gobernar el mundo de hoy y sacarlo del marasmo insoportable en que lo ha metido el capitalismo salvaje para que barberos, como mease Nicolás, no sigan hablando güevonadas del prójimo cuando le están cortando el pelo a las personas. No había, por supuesto, ni el más mínimo interés atravesado en el pensamiento por ninguna Teresa ni ninguna Dulcinea. Convencí a Mariana y a Geraldine que me acompañaran a la cita. El sábado 21 me levanté a las 2 de la madrugada y estuve tomando café y fumando el maldito cigarrillo, casi continuados, hasta que aclaró el día. Justo, un poco más de las 2 de la tarde llegué a la casa del comandante Jacobo y digo comandante, porque así lo conocí en 1962 y así lo sigo respetando, admirando y queriendo. Lo reconocí en el acto a pesar de los 49 años que no le veía como él también me reconoció. Fueron abrazos fuertes de pecho a pecho. Tan pronto nos sentamos para dar inicio a nuestra conversación, llegó Piña, nuevamente abrazos fuertes y a los pocos minutos llegó Mosquera y continuaron los abrazos fuertes de pecho a pecho.
Sin duda, respetando el tiempo, Jacobo ya está viejo, Piña ya está viejo, Mosquera ya está viejo y yo, por supuesto, estoy viejo. Geraldine, quien a penas va a cumplir cuatro años, nos veía con sus ojitos de niña y, tal vez, se diría para sus adentros: estos son una parranda de viejos, como hace más de un año se lo dijo al camarada y también comandante de guerrilla, Guaitero Díaz y otros dos camaradas más que me visitaron en un campo. Mientras que Mariana sólo se reía de las cosas que decíamos y recordábamos y, especialmente, de las ocurrencias e “irreverencias” –para utilizar un término acuñado por el camarada Héctor Acedo- de Jacobo.
La gente suele, cuando le dicen que le van a dar dos noticias pero una es buena y la otra es mala, inclinarse para que primero le notifiquen la segunda, porque debe ser preferible terminar con una alegría y no con una tristeza luego de tantos años sin verse unas personas que se sienten unidos por el mismo ideal. En mi caso, no sabía que hacía cierto tiempo habían muertos los queridos camaradas: Pototo, el negro Prada (un extraordinario humorista político), el gordo Tom, Orlando Navas (desaparecido desde el 27 de noviembre de 1992), Carlos López y otros valiosísimos camaradas que mi corta memoria evitó que se me grabaran para nombrarlos y recordarlos como se merecen. Sabe uno que la muerte es lo más inevitable de la vida, pero lo injusto es que uno no se entere a tiempo de la partida de seres queridos como los que he nombrado. Igualmente, recordamos a queridos camaradas que están siendo víctimas del implacable cáncer que trata de ganarle la carrera de la vida, con la muerte, al flaco Elías, a Mosqueda y a ese otro extraordinario comandante de guerrilla como lo fue Santander. Mientras conversábamos y recordábamos hechos y personas del pasado, Geraldine nos molestaba, solicitando le respondieran sus preguntas, sobre la vida de un morrocoy pequeñito que le regaló Jacobo. Ese día, igualmente, logré hablar por teléfono con los camaradas Héctor Acedo (conocido por poseer una admirable vocación de poeta), Pedro Reyes (las manos más prodigiosas que tiene la artesanía en este país haciendo, entre otras cosas, del cascarón de las totumas unas lámparas que son una preciosidad) y con el Panameño, quien de no haberse dedicado a la política hubiese podido haber sido un piloto exitoso de fórmula uno.
Jacobo ya pasó los 75 como Piña dejó atrás los 77 y Mosquera está demasiado cerca de los 68 años, pero, hablando del espíritu, siguen siendo unos muchachos excesivamente traviesos e inteligentes. Es increíble el ánimo juvenil que derrocha Jacobo y a su edad continúa siendo un verdadero maestro de la palabra y del palo. Mosquera es, además de político, un artista de la pintura y de la escultura, aunque jamás se haya propuesto hacer riqueza económica personal con sus obras y que, de otra parte, con su larga chiva neblinada cada día se parece más física y poéticamente al comandante y ya desaparecido Tomás Borges. Piña, sigue teniendo el mismo rostro de hace unos cuantos años como si hubiese hecho un pacto con el retrato de Dorian Grey de no envejecer y mantiene su pasión por la vida del campo aunque nunca haya aprendido a tocar la guitarra, ni el arpa, ni el cuatro ni la maraca ni tampoco use sombrero de cogollo.
Es sorprendente la memoria de Jacobo. Parece como si fuese un computador. No sólo se recuerda de los seudónimos de centenares de camaradas de la década de los años sesenta del siglo pasado sino, igualmente y admirable, de sus nombres y apellidos propios. Recordó, ese 21 de julio, a tantos y tantos camaradas que parecía una enciclopedia de nombres, apellidos y seudónimos. Por lo demás, hace un tinto exquisito, duerme en hamaca, le sabe sacar punta al buen humor, sabe jugar a los palos y ya no mastica chimó. Piña, en cambio, es bastante silencioso, sabe escuchar, sonríe con la suavidad con que degusta el tinto y posee una mirada que hace descripciones sin pronunciarlas. Mosquera, siempre alegre, conversador, amante de la historia y no desaprovecha momento en que pueda llevarse, de casa que visite, cualquier material que le sirva para transformarlo en obra artística.
21 de julio: día de alegría indescriptible pero también de recuerdos que uno quisiera no fueran tristes. Así marca el tiempo el destino de la vida. No hay fórmula de evitarlo de forma permanente. No encontré otra metodología para expresar lo que he describo de una alegría indescriptible.