Hagamos una breve visita al mundo de las situaciones ideales, incluso, toquemos el camino del universo de las soluciones imposibles, como dijera Baudrillard, y precipitemos algunas conjeturas desde esta pregunta: ¿Puede la sociedad civil representar lo irrepresentable, es decir, a las multitudes, al devenir del Poder Constituyente?
Ya hemos hablado abundantemente sobre lo que contiene el recipiente vacío que es la sociedad civil, la de la MUD, la del candidato Radonski, noción asimilada desde el discurso liberal burgués como ciudadanía. Sin embargo, no está demás insinuar que en torno a esta idea ajada se teje una gran variedad de usos lingüísticos difusos por parte de aquellos que quieren enfrentar los cambios, pese a lo cual el término “sociedad civil” forma parte del régimen de sentido que hace posible la auto comprensión del Estado por medio de su propio relato, su auto-justificación, su propia ficción existencial.
Visto así lo civil, entenderemos por qué opera como un proceso de institucionalización jurídica de la actividad pública de los ciudadanos y de su participación política. Es decir, como máquina abstracta de coerción y expropiación del sentido, dispositivo de unificación de la opinión en torno al régimen de sentido dominante que va transfigurando lo político como esfera autónoma de sentido.
La máquina de sentido de la que estamos hablando es, de suyo, biopoder instalado en la corporeidad desde el momento en que el hombre libre de la calle se asimila el rango de ciudadano y entra a participar en la vida pública por medio de la delegación y la representación. Representación que le da forma y legitimidad a lo social e institucionaliza un comportamiento público específico: la opinión pública, es decir, la opinión como suma y aplanamiento general, como dimensión estadística metafísica de lo social, como abolición de la diferencia reducida a juego de mayorías y minorías y su consulta, como sustitución de la acción directa responsable y límite por saturación del espacio democrático burgués.
La vida cortesana de los salones señoriales es traspasada a los atributos de la persona pública con derechos civiles, en un ambiente difuso de “opiniones libres”. El ceremonial de lo justo y lo legal se funde al interior del dispositivo de este régimen que produce y encuentra en la garantía de una sociedad de los civiles, la razón de toda sociedad. De manera que el espacio civil pasa a ser el lugar de todos sus principios liberales: tradición, familia y propiedad.
La operación simbólica aquí descrita es producción que niega la diferencia y el conflicto, es al mismo tiempo la producción de un concepto de pueblo extensivo a población de habitantes, a número de pobladores capaces de formularse una opinión y de lograr acuerdos sobre algunos temas. La reducción del pueblo a esta figura, lo coloca como dificultad y límite para pensar la revuelta y, más aún, la resistencia que deviene interrupción del orden de la dominación burguesa. A esta reducción simbólica de la vida la llaman democracia representativa, por ello, la sociedad civil aparece sólo como una esfera de contrato social de ciudadanos, organizados como amos del Estado.
Sus opiniones reflejadas mayoritariamente en los medios se convierten en las únicas capaces de generalizar una fuerza válida para ser controladora del poder del Estado, de manera que un Estado que se piense a sí mismo fuera de esta esfera, será de suyo ilegítimo para el modelo liberal-burgués, para los ricos. Es decir, lo civil se instituye como un poder especular aparte y separado del Estado, pero es su referente, su otro complementario, su sitio de ocurrencia. Y los massmedia, sus canales naturales y los intérpretes de sus deseos, por lo cual, el Estado separado sería un órgano subordinado a la opinión de la sociedad civil.
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