Deseamos todo el éxito y prosperidad posible a la nueva generación de beneficiarios de créditos comerciales y fabriles y demás elasticidades que el gobierno, con cargo al petróleo, otorga esta vez a los afortunados en esta materia. Con las respetadas y pocas excepciones del caso, ya los gobiernos precedentes lo hicieron con el más rotundo fracaso financiero para esos falsos empresarios y para el país en la persona de sus ex empleados a quienes tampoco supieron exigirles mayores rendimientos ni responsabilidades.
De sus empresas cerradas, quebradas o de donde hubieren sido despedidos, esos trabajadores no podían salir para otras del extranjero porque sencillamente los patrones exigenciales, gerenciales y técnicos de allá responden a otros parámetros que, aunque universales, aquí fueron completamente burlados porque la rentabilidad de esas seudoempresas poco les importó a ninguno de esos gobernantes, con lo cual estos seudoempresarios terminaron usando ese capital para darse, más bien, la gran vida de burgués recién vestido. Por eso, con un nuevo gobierno, hoy se tiran los pelos de la cabeza porque ellos ahora no pueden enfrentar sus exigencias contraloras, no pasan el examen.
Hablamos de unos trabajadores a quienes esos consumidores de la renta petrolera los contrataban sólo como parapetos laborales para así cumplir obvios requisitos de mano de obra, con su disfraz de empresarios, a fin de obtener anualmente, más que ganancias, nuevos refinanciamientos y hasta condonaciones. Llegaron a usar a esos trabajadores sumisos y embozalados para chantajear al Estado cuando algún gobernante pretendiera regularles o cortarles la “oleaginosa teta” a la que se habían acostumbrado, y lo hacían a cuenta de pertenecer a este a aquel partido político no menos malgerenciados por no unos menos pillos de la cosa pública. Se acogían al proverbio “Lo que veas en Miraflores, hazlo en tu empresa, y ni pendejo que seas porque en esa Venezuela no “había razones para no robar·”, según connotadas consejas de personajes como Gonzalo Barrios y Arturo Úslar Pietri. A esos trabajadores los despedirían, dejarían desempleados a padres de familia, si el gobierno alcahueta de turno no les seguía alimentando su desvergonzada desindustriodidad. También se regían por el “principio económico vulgar”: “lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta”.
Hoy, en esta Venezuela remergente, al igual que en los países industrializados que ya picaron adelante, particularmente los europeos, debe iniciarse un severo control que vele y mida periódicamente la calidad y rentabilidad, la gerencia, la capacidad productiva, que justifiquen la siembra del petróleo que por ahora vuelve a ponerse en práctica.
No hacerlo sería reciclar la mentira industrial que nos ha dejado tanto parasitismo laboral y que hoy mantiene tan disgustado a gente que de otrora haber sido más responsables como trabajadores y como empresarios industriosos, hoy serían los primeros en apoyar la presente Administración.
Cuando Charles Darwin (El origen de las Especies) concluyó en que descendíamos del mono, él, en su condición de aristócrata (léase ocioso porque en sus investigaciones sólo consumía renta producida por otros, por siervos y agricultores). él omitió deliberadamente que se trataba de monos trabajadores, y como los ingleses capitalistas de marras, tales como los de hoy no saben trabajar, sino explotar mano de obra universal, no saben lo que es trabajar por ser empleadores, su nivel de industriosidad descansa en la de sus trabajadores asalariados, y si han logrado éxitos económicos bajo esas condiciones de explotación, imaginemos cuánto progreso alcanzaríamos si nuestros trabajadores y lo hicieran bajo condiciones de amistad y comunidad empresarial.
Fue así como detrás de la mayoría de los empresarios beneficiarios con créditos blandos, con mercados cautivos con exoneraciones de impuestos, y lo más gracioso, con todas la puertas gubernamentales abiertas, con Ministerios alcahuetas que supieron tolerarles todos sus abusos de poder como aquel de cogerse el productos de las cotizaciones del IVSSO, con impune escamoteo del Impuesto sobre la renta, con una fría minimización de las medias higiénicas y de seguridad industrial, con falsos costes amañados por contables serviles y corruptos, manipuladores de oficio, quienes fijaban en libros unos precios desvinculados de la realidad laboral, y, en fin, toda una gama de artimañas y artilugios propios de pillos, se escondía de todo menos empresarios en el sentido ortodoxo de la palabra. A estos “empresarios” venezolanos no pudo haberse referido Joseph A. Schupeter.
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