Acudí por invitación de un amigo a la exhibición del documental cinematográfico de Carlos Oteiza, “Tiempos de Dictadura”. Aquél, se movió por el interés que le despertaba el reportaje fílmico, el cual, según algunos indicadores, parecía estar ligado a gente opositora, al hecho que la exhibiesen justamente en estos días, dentro de una contienda electoral muy peculiar y tomando en cuenta que un sector se empeña en imponer, dentro y fuera del país, la insostenible matriz de opinión que en Venezuela hay una dictadura. Le acompañé sólo por no desairarle, pues no me resulta placentero estar con uno o varios amigos, sin poder hablar, viendo una película por largo tiempo - la de Oteiza dura hora y media, pero el cine, de la cadena Cines Unidos, precisamente de la familia Capriles, nos metió “de regalo”, en propaganda, un tercio del tiempo que duró el documental-. Esta actitud nuestra se comprende si decimos que uno se la pasa casi todo en el día solo, leyendo, tomando notas, cocinando, escribiendo o haciendo cualquier cosa, aislado de la gente.
Por cierto, sería bueno averiguar si es legal, pues obviamente no justo, que uno pague una entrada bien cara a una sala de cine, para que lo incomoden durante un largo tiempo con una propaganda que no ha comprado porque no le interesa.
En un trabajo de “Tal Cual” sobre aquel reportaje, quien lo escribió – la versión digital no trae firma – en el cual se le elogia, no sin razones, y por supuesto a su creador, Carlos Oteiza, se queja solamente porque no se hubiese hecho una directa relación con la situación venezolana de ahora. Es decir, con Chávez, para mostrar que este es un dictador, supone uno. Viniendo de ese diario es natural decir lo anterior.
Para mí hay serias omisiones, como por ejemplo, minimizar el rasgo terrorista de la política que Betancourt diseñaba desde el exterior, lo que estimuló la represión; lo provechoso que para éste resultó la muerte de Leonardo. El poco interés que muestran por la figura de Fabricio Ojeda y el disimular que la dirección de AD, manejada desde el exterior por Betancourt, nunca estuvo por apoyar a Villalba. Que la juventud de ese partido se incorporó contra la voluntad de aquél.
Casualmente, mi amigo, estaba influido por alguien quien le dijo que el reportaje estaba concebido o prejuiciado contra Chávez. Al llegar al cine y ver ligeramente el afiche de promoción y precisar algunos detalles, ambos, él y yo, nos preparamos para encontrar de aquello.
Pero la sala, extrañamente para mi, llena de gente para ver un reportaje de aquel tipo, al final se rebosó de frustración. Porque, como le dolió al redactor de Tal Cual, la mayoría aplastante de los asistentes, no halló lo que él tampoco encontró, lo esperado ansiosamente. No lo hallaron porque es imposible, no hay comparación que puede llevar a eso, a menos se mienta. Como en efecto se les miente a los venezolanos a través de distintos medios, entre ellos “Tal Cual”.
Al inicio aplaudieron con ironía en el cine cuando se hizo mención a la semana de la patria y los grandes desfiles en las fechas patrias; pasaron por alto que a lo largo de la IV República, esos desfiles nunca dejaron de hacerse. Era unas de las pocas, pero deslucidas, muestras de nacionalismo, simulado respeto por la historia nacional y los padres de la patria, de aquellos gobiernos. Más nada encontraron que vinculase a Chávez con aquella dictadura.
Pero si mucho de lo que sigue. De lo que caracterizó al gobierno de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Si algún espacio reciente se vincula al período de Pérez Jiménez, aquel del vil asesinato de Leonardo Ruiz Pineda y otras barbaridades, fueron los de los gobiernos de aquellos personajes. Si no lo creemos o recordamos, aquí tienen una postal.
A plena luz del día, la policía asaltaba viviendas donde sospechase hallar algún adversario del régimen. Y era una forma represiva para advertir a la gente lo que le esperaba si se atrevía a solidarizarse con quienes le hacían resistencia.
Los dos jóvenes habían estado toda la noche pintando consignas de: "Renuncia R", la R se refiere a Rómulo, "Viva Cuba" y otras que consideraban necesarias. Cansados, decidieron dormir en casa de uno de los dos.
El jefe policial, el mismo que allanó ilegalmente la UCV e inundó los pasillos de la residencia universitaria con ramas de marihuana, que al día siguiente la prensa reportó como un "lamentable hallazgo de las fuerzas del orden", penetró con violencia la vivienda, y con dos de sus hombres, irrumpió en el cuarto donde los dos jóvenes dormían; sobre éstos, vaciaron sus armas y sus instintos criminales. Los dos muchachos, casi niños, estudiantes de ingeniería, que soñaban con héroes, nada supieron de aquel procedimiento brutal.
Todo empezó cuando el gobierno se ganó el rechazo popular. Tanto que, hasta la gente más activa de su propio partido, se unió a las manifestaciones multitudinarias que, en la calle, protestaban con furia y coraje las políticas lesivas al pueblo y al interés nacional. Aquellas medidas, que hoy se llamarían paquetazo neoliberal, le llamaron “Ley del Hambre”.
Ante eso, el gobernante usó los medios audiovisuales, no para explicar al pueblo la validez de sus medidas e invitarle a acompañarle y rodearle. No tuvo palabras ni buena fe para eso. Para él, el pueblo era una entelequia, esa fue la palabra que usó, y por eso no había nada que explicar. Al final, como un dios del mal, ordenó a la policía: "disparen primero y averigüen después". Por esta orden macabra, las policías salieron desaforados a la calle, entraron en las casas, subieron a los cerros y se llegaron hasta donde hubiese cualquier grupo de manifestantes a disparar a mansalva. Y los muertos se contaron por montones. Las cárceles se llenaron. Crearon campos de concentración, como lo había hecho Pérez Jiménez y colmaron de patriotas. Tortura con el ring, quemaduras de cigarro, electricidad en los órganos genitales, golpes disimulados para que no dejasen huellas, lanzamientos de seres humanos desde helicópteros en vuelo, exiliados, fueron prácticas habituales. No conformes con tanta crueldad, inventaron la diabólica figura del desaparecido.
Y toda literatura que se encontrase en alguna vivienda o local allanado; libro que portase cualquier ciudadano detenido, sospechoso enemigo del gobierno, se le calificaba como literatura subversiva. Así fueron subversivos Pablo Neruda, Franz Kafka, García Lorca, Jean Paul Sartre, para quienes ciertas razones había, pero también llamaron de ese modo a otros que nada tenían que ver con el asunto, como compañeros de la gente del gobierno, Andrés Eloy Blanco y Rómulo Gallegos. Y ese proceder, que prendió una pequeña guerra en el país, propio del gobierno de Pinochet, no es el de Chávez, sino fue el de Rómulo Betancourt, a quien curiosamente llaman el “padre de la democracia”. Con Leoni, quien sustituyó a éste, continuó y se intensificó la crueldad.
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