El tema de la residencialidad como fenómeno de las grandes concentraciones poblacionales urbanas ha sido matizado por críticos y estudiosos de la materia como un hecho complejo del cual hacen parte todos los que en ella se involucran. Sin embargo, el capitalismo se ha encargado de tejernos una trampa sobre este tema, al escurrir su responsabilidad y entronizar en el subconsciente la idea no solo de la mano invisible del mercado, sino también de la invisibilidad con la cual este sistema actúa y nos impone modelos culturales que atentan contra la subsistencia de la especie humana.
Es por ello que ver el tema de la residencialidad desde la solitaria mirada del político, fiel creyente de su simpatía y aceptación y, basado en ello, decreta medidas orientadas a regular este fenómeno sin el concurso de todos los que por la complejidad y naturaleza del área están involucrados, olvidando así que tanto la residencialidad como el desorden han sido provocadas por el mercado. En palabras de Castells: “El desorden urbano no es tal desorden, sino que representa la organización espacial suscitada por el mercado y derivada de la ausencia de control social de la actividad industrial”1. Esto conduce a desnudar la ingenua creencia en la que ha venido estando sumergido el pueblo, al considerar que la responsabilidad de la violencia es un hecho exclusivo de las personas o, en el peor de los casos, de la pobreza, que los barrios encaramados en la periferia de los cerros de Caracas, o de cualquier ciudad del país, son exclusiva responsabilidad de quienes allí habitan, sin imaginarse que el mercado, nicho del capitalismo, ha sido el que ha definido y condicionado las formas de ocupación del espacio, por demás anárquica y con esto, imponer la dominación de una clase explotadora sobre otra explotada.
Sin embargo, hemos naturalizado como hecho normal ver cómo la violencia tiñe de rojo nuestras comunidades, sin detenernos a explicar por qué los camiones de cervecerías como la Polar descargan gandolas de esta bebida en las barriadas de Caracas, bajo la tan cacareada consigna o premisa de libertad económica. Esto ha conducido a hacer de Venezuela un bar, lo cual le “resbala” a la citada empresa. No hay duda de las brutales ganancias que obtiene a costa de la violencia que esta anárquica práctica incuba en las familias venezolanas. Son estos claros indicios de la ausencia de control social de la actividad industrial en Venezuela, como lo refiere Castells, lo cual nos obliga a replantear el estudio del tema de violencia urbana desde una visión sociológica, para considerar sus múltiples manifestaciones, ya que como bien señala este autor “es la industria que, organiza enteramente el paisaje urbano”.
Bajo esta premisa es urgente que en el debate socialista, se asuma desenmascarar a los sectores de derecha que bajo la escusa de endilgarle el tema de la violencia al gobierno, cuando en realidad están encubriendo a las grandes corporaciones que se lucran del resultado de la violencia, por ser parte del problema. Esto por ningún motivo libera al gobierno de la responsabilidad que tiene sobre el tema, pues es parte de sus tareas. Tampoco exime al resto de los actores que están llamados a edificar conductas resistentes a tales flagelos. Pero no es racional hacer de la violencia un negocio político. Así asumido todos perdemos.
Para finalizar, considero que este tema tiene una sola respuesta: parte por asumir en principio que está en nosotros, sin valoraciones políticas, económicas, culturales ni sociales. Esto nos conduciría a tener como punto de partida y de llegada la justicia y el derecho a la vida, valores éstos sobre los cuales no podemos establecer frontera alguna. Asimismo, tampoco podemos hacernos la vista gorda ante el hecho de que para nuestros barrios no existe día de parada al consumo y expendio de bebidas alcohólicas, si verdaderamente queremos ponerle coto a la violencia. Sin embargo, entiendo que lo antes señalado constituye un reto para alcanzar la residencialidad de Caracas y ponerle fin al desorden urbano en este tema.
(*) Profesor UBV
martinjpadrino@gmail.com
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La Cuestión Urbana, Manuel Castells, Siglo XXI, Editores , s.a. de c.v. Madrid, España 2008.