El editorial del diario Tal Cual del miércoles 11 de diciembre de 2002,
refiriéndose a la Fiscalía, la policía y los tribunales, concluye: "Si
estas instituciones no actúan con la diafanidad y la profesionalidad que
debe esperarse de ellas, nadie podrá quejarse de la "justicia mediática".
Hay que reconocer que se trata de un término tan interesante que podría
ayudar a explicar lo que venimos padeciendo todos los venezolanos desde hace
varios meses. Hacía falta una categoría conceptual que le diera nombre a
esta avanzada de la mentira, a esta ofensiva de la maldad. Felicitamos a
Teodoro Petkoff por este aporte que sin duda ayudará a la comprensión de
nuestro entorno sociológico y comunicacional. Sin embargo, como quiera que
el concepto no es desarrollado por su autor, nos atrevemos a elaborar
algunas ideas sobre lo que el término "justicia mediática" podría
significar.
La "justicia mediática" ha convertido a miles de televidentes, radioescuchas
y lectores de prensa en un "Gran Jurado" que se siente con suficiente poder
para sentenciar la salida de un Presidente legitimado en siete ocasiones.
Convirtió a los periodistas en fiscales, a los editores en víctimas, a las
televisoras en tribunales y a todos ellos en oposición.
La "justicia mediática" es el aparato judicial de una verdadera dictadura
mediática donde sus principales actores son jueces y parte al mismo tiempo.
Donde impera la "justicia mediática" los representantes y defensores del
"oficialismo", como suelen llamarlos, son juzgados y condenados con escaso o
ningún derecho a la defensa y el pueblo es torturado sin piedad por las
persistentes voces catastróficas y terroristas de los verdugos mediáticos.
Algo frecuente en este moderno régimen son los "Ajusticiamientos
Mediáticos". Por medio de los cuales se condena al oprobio público y al
insulto perpetuo al adversario, y se fragua su asesinato político y moral.
En el reino de la "justicia mediática" la libertad de expresión no es otra
cosa que la posibilidad de impartir la justicia mediática libremente.
Así como existe la inmunidad parlamentaria, los dueños de medios y
periodistas comprometidos con el golpismo se sienten protegidos de inmunidad
mediática, la cual acaba convirtiéndose en impunidad. Los medios han tomado
como rehén a la verdad y el chantaje que lanzan a toda la sociedad nacional
e internacional se resume en una sencilla expresión: "Somos intocables.
Cualquier medida que se intente contra nosotros es un atentado a la libertad
de expresión." De allí el descaro con que atacan, ocultan, mienten y
ejercen, impunemente, "la justicia mediática".
Lo que hasta hace algunos meses era tan sólo una fuerte "oposición
mediática" ha devenido en "Guerra mediática". Así lo ha denunciado el
Presidente Hugo Chávez en sucesivas ocasiones, así lo comprende la ministra
de Comunicación e Información Nora Uribe y recientemente lo declaró el
ministro Felipe Pérez Martí: "Nos están atacando. Estamos enfrentando una
verdadera guerra mediática".
Desde hace tres años múltiples voceros de los medios privados y de la
oposición vienen anunciando que la censura sería la reacción del Gobierno
ante tanta provocación. Pero la única arma que éste ha utilizado es la
verdad, difundida apenas por un canal de televisión, una agencia oficial de
noticias y dos emisoras de radio, con el apoyo de algunos medios
comunitarios. Estos pocos medios, alternativos a la dictadura mediática, no
tienen el poder económico, la tecnología, ni el alcance de una sola de las
grandes televisoras privadas, pero tienen como ventaja un poder mayor, ya
que una sola verdad es capaz de desbaratar muchas mentiras, aunque sean
mediáticas.
En esta guerra donde anda suelta la "justicia mediática", existen armas,
municiones, estrategias, emboscadas, etc., igual que en las guerras
convencionales. Una expresión de "ajusticiamiento mediático", por ejemplo,
es la entrevista en "ráfaga", perfectamente equiparable a los disparos de
una metralleta. La "ráfaga mediática" podría definirse de la siguiente
manera: Dícese del ataque al entrevistado con una pregunta compleja tras
otra, sin darle oportunidad de responder en profundidad. Si el entrevistado
no está muy alerta sólo alcanzará a contestar algo muy simple antes de que
venga la próxima bala-pregunta. Si el entrevistado, en medio del
desconcierto, no responde bien, duda o se equivoca en algo, la ráfaga se
detiene momentáneamente para que pueda quedar en ridículo, parezca inseguro
y pierda credibilidad. Pero si el adversario está respondiendo bien alguno
de los tiros-pregunta, no se le permite completar la idea y es interrumpido
abruptamente por otra pregunta totalmente distinta, lo que equivale a ser
atacado por otro flanco mientras nos tratamos de defender del que tenemos al
frente.
Así puede transcurrir buena parte de una entrevista donde sólo se deja
hablar libremente al adversario en pocos momentos para disimular ponderación
o cuando se piensa que lo que está diciendo no es demasiado importante. No
profundizaremos aquí en la "emboscada", modalidad demasiado descarada que se
produce cuando se configura un panel en el que dos o tres invitados del
mismo bando del periodista conductor atacan a la vez al adversario.
Hace pocos días el prestigioso periodista Earle Herrera le recordaba a los
dueños de medios una antigua advertencia: "El que siembra vientos recoge
tempestades". Ojalá los medios nos sorprendieran en su capacidad de escuchar
y rectificar. Porque de seguir practicando la "justicia mediática" y
falsificando la realidad, no deberán quejarse cuando lean en sus paredes una
consigna que advierta lo que podría llegarles a pasar: "Contra la justicia
mediática, Justicia Popular".