La maestra y su esposo, planificaron la fecha de nacimiento de su hija. De manera que naciese al inicio de las vacaciones escolares. De esa manera, el llamado permiso prenatal, comenzase con los días de culminación del año escolar. Los niños para ese momento ya habrían alcanzado el cumplimiento de los objetivos previstos en la programación; la maestra sólo estaría ausente en los días finales, generalmente dedicados a tareas de carácter administrativo y aquéllos ya estarían en su casa gozando del largo lapso de descanso que terminaría a mediados de septiembre. No habría necesidad de contratar suplente; además, la maestra en su casa, podría, como en efecto hizo, cumplir las formalidades, preparar las boletas o cualquier otra tarea que no ameritase su presencia en el plantel.
Cuando al siguiente año escolar, la escuela abriese las puertas a los alumnos, la maestra esperaba estar allí para recibir los suyos. Eran los tiempos del gobierno de Raúl Leoni y no podía esperar le prolongasen el permiso por haber coincidido con las vacaciones como se hace ahora. Además, la “vocación de servicio” y la indiferencia gubernamental por una parturienta y un recién nacido, no le permitían pensar no estar en la puerta de la escuela cuando en ésta se reiniciasen las actividades. No hacerlo implicaba el despido inminente, a menos se tuviese una palanca o un carnet de los partidos gobernantes.
La maestra de nuestra historia y su esposo, también educador, no gozaban de aquellos privilegios, menos de los derechos que en esta época están consagrados en las leyes. Pero si estaban en lista de obligados a cumplir “con el deber”, más allá de sus fuerzas.
Porque “el hombre propone y Dios dispone” o, los imponderables, esos como duendes que aliñan la dialéctica, modifican las cosas y los planes; mueven las cosas de aquí para allá y obligan a lecturas más precisas, determinaron que los planes de la maestra no se diesen como esperaba. Su parto resultó forzoso y provocó en ella lesiones de cierta importancia y gravedad que le obligaron a que su postnatal lo pasase en cama.
Días antes de vencerse ese “permiso”, estando aún también de vacaciones, el director del plantel, figura importante del partido de gobierno, le envió un oficio.
-“Ciudadana. Etc., etc., el día tal del presente mes (la fecha señalada estaba en el plazo de vacaciones y del permiso postnatal) debe usted presentarse” (señalaba un sitio de una ciudad distinta) a participar en (señalaba una actividad).
Ese funcionario no tuvo la delicadeza de visitar su compañera de trabajo, colega y subalterna, para saber del estado de salud de ella y el bebé. No era una compañera de partido, ni siquiera afecta al Pacto de Punto Fijo.
Por supuesto, como era habitual, se indicaba la “obligatoriedad” del cumplimiento de aquella exigencia; y se indicaban artículos que fundamentaban tal orden arbitraria y violadora de derechos que amparaban a los trabajadores; incluso, los específicos de una dama recién parida y un bebé acabado de nacer.
Repito, era la época del gobierno de Raúl Leoni. Los derechos de los venezolanos dependían en gran medida de la voluntad de quienes gobernaban. Hasta el correspondiente a la vida poca cosa importaban.
La dama, aún con los malestares derivados del riguroso parto y necesidad de atender a su bebé, debió suspender sus vacaciones y permiso postnatal que corrían paralelos, por la indolencia gubernamental, para viajar a la ciudad indicaba a hacer un curso.
Moraleja, aquella dama, no simpatizante del gobierno de turno ni tampoco del principal partido opositor que era de la misma estirpe, tuvo razón para decir “con mis hijos no se metan”.
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