Nosotros tratamos de sacar adelante una revolución pacífica, pero la oposición está en pie de guerra. Desde que el Presidente Chávez llegó a Miraflores se ha venido infiltrando en posiciones claves en todos los poderes públicos y se ha dedicado a avivar el miedo y el odio entre sectores de la población que de por sí se sentían amenazados por tener un Presidente “arañero”.
Con apoyo externo e interno, los capos oposicionistas se aventuraron a tratar de derrocar al Gobierno por la calle del medio: primero con el golpe – no golpe y luego con el paro y sabotaje petrolero, sin importarles el costo para el país. Afortunadamente, el fracaso de ambas intentonas, así como la frustración de otras, enfriaron los ánimos y redujeron la posibilidad de un eventual apoyo masivo a acometidas de ese tipo.
Pero ello no ha impedido que el imperio y sus secuaces sigan insistiendo en otro tipo de agresiones contra Chávez, el Gobierno y las hordas chavistas, tales como:
la guerra mediática destinada a desprestigiar el Gobierno dentro y fuera del país, a reforzar la penetración de la cultura y antivalores capitalistas, a desvalorizar la venezolanidad y autoestimas recién rescatadas y a promover una intervención extranjera.
la infiltración de paramilitares y malandros propios en sectores y organizaciones populares - recientemente en los complejos habitacionales e la GMVV - para calentar el ambiente y mantener a la población en una zozobra constante.
El saboteo de instalaciones petroleras, de equipos militares y de servicios que afectan la vida cotidiana: electricidad, comunicaciones, agua, gas doméstico, etc.
El acaparamiento de bienes de consumo de uso regular y la retención, el robo o la destrucción de insumos indispensables para el desarrollo exitoso de Misiones (Ej. cemento para la GMVV y equipos y medicinas para Barrio Adentro).
El saboteo a la participación y al ejercicio efectivo de poder por parte de los consejos comunales, de las organizaciones de trabajadores y de otras agrupaciones y movimientos sociales.
El cuestionamiento y la incitación a desobedecer cualquier norma o disposición dictada por el gobierno, desde el control de cambio hasta las más mínimas regulaciones de tránsito.
La penetración y corrupción del Gobierno y el partido. La obtención de jugosos contratos y la inducción de actitudes anti revolucionarias, conscientes o inconscientes, entre la burocracia y la militancia.
La tensión física y psicológica, tanto entre las filas revolucionarias como entre la población en general, producto de la exposición diaria a estas agresiones son cada vez más evidentes e insoportables. Por eso, ante esta guerra fascista con sordina no nos a queda más remedio que recordar que somos pacíficos, pero que ante todo somos revolucionarios y que la paciencia tiene un límite…
mariadelav@gmail.com