Testigo que pasa de mano a mano con el fuego divino de la lucha, fragor constante de almas incendiadas de compromiso, llamarada que trajiste apenas hace dos noches nuevamente de las manos de Fidel y que hoy veo arder en todas nuestras manos juntas. Llamarada.
Llamarada que hoy debe quedarse encendida en las manos de todo el pueblo que te hizo de nuevo presidente como llamarada de amor para no equivocar el camino que nos dictas, para quemar con furia revolucionaria a cualquiera que ose equivocarse, venderse, desvirtuar o aprovecharse de manera perversa y capitalista de una desgracia tan terrible como tu enfermedad, llamarada.
He leído cien veces tu último discurso, se me mete por los huesos palabra a palabra y te veo querer escribir diez años más de historia antes de partir, si es que sea ese destino tu destino. Se me mete por los huesos y entiendo lo valiente que has sido este último tiempo, donde tu llamarada es lo que priva en tu conducta fiel a tu pueblo, palabra a palabra siento que se puede ser gigante pero aun no basta para ganarle a la muerte una batalla cuando ésta ya decide quitarnos el aliento.
¡Fidel Castro llevo tu llamarada! –le gritaste- Ahora entendemos que había ido a acompañarte en una hora dura de tu vida, comandante. Imagino lo que no nos contaste, cuando nos echaste el cuento de la visita de Fidel. ¿Qué carajo podemos hacer contra nuestro destino? ¡Solo este pueblo lo sabe! Ya está allí en la calle, lo escucho por la televisión. Grita en las calles y solo sabrá Dios si es que podrá nuevamente ganarle él a la muerte esta batalla.
El pueblo que te ama está en las calles y en sus manos no hay otra cosa que tu llamarada, Hugo Chávez!
¡Hugo Chávez: llevo tu llamarada en mis manos! Camarada.
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