Como a las ocho de la mañana cuando me disponía ejercer mi voto en la escuela Gil Fortoul, ubicada a cuatro cuadras de mi residencia, en Barcelona, observé a un vecino sin camisa, sudado y las manos sucias de grasa. ¿Qué pasó camarada? ¿Y usted no va a votar?
-“Más tardecita voy. Lo hare después que repare mi carro; el distribuidor tiene días jodiendo con una fallita”. Lo dijo con la tranquilidad y la conduerma de un gato panzón echado en un sofá. Por su cuadra vi a varias personas con su dedo meñique entintado, hombres y mujeres, con sus rostros reflejando “deber cumplido”.
Y es que votar en Venezuela es algo normal, cotidiano. Nada de extraordinario tiene para los venezolanos elegir presidentes, gobernadores, alcaldías, parlamentarios, ediles, etc. Y lo hace con un excelente comportamiento ciudadano que no sé porqué es resaltado de manera rimbombante y sensacional por los medios como algo extraordinario cuando votar decentemente para el venezolano es una “marca de fábrica”, algo cotidiano, nada extraordinario. Por eso nunca he entendido ni mucho menos compartido esa actitud de los comunicadores nacionales ni internacionales ante la excelencia del venezolano a la hora de elegir.
Hoy fui a votar por enésima vez y todo era normal. Todo el mundo en su cola. Los trabajadores del CNE prestos a cumplir sus funciones. Nada de desorden. Nada de sobresaltos. La gente confiada, contenta y dispuesta a compartir su alegría.
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