La conformación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) representó, en su momento inicial, la posibilidad de crear una organización política revolucionaria que -a lo interno, en su concepción teórica, su estructura, toma de decisiones y procedimientos- fuera capaz de prefigurar la sociedad socialista del futuro. Esto, a la luz de los diversos acontecimientos desarrollados con posterioridad, sobre todo, en lo que respecta a la escogencia de candidatos a los diferentes cargos de elección popular y de dirección partidista, no resultó como tal. Una prueba de ello es la reactivación de partidos políticos aliados de Hugo Chávez con ex dirigentes del PSUV, así como la dualidad de candidaturas surgidas del chavismo en las elecciones de gobernadores y legisladores regionales del 16 de diciembre pasado. Tales antecedentes han reducido el papel revolucionario e innovador a cumplir por el PSUV, convirtiéndolo en una eficiente maquinaria electoral difícil de vencer, pero incapaz de provocar una correlación de fuerzas que le permita a los sectores populares incidir en la transformación estructural del Estado liberal-burgués que subsiste aún en el país. En vez de ello, la dirigencia peseuvista reprodujo el clientelismo político que fuera norma habitual entre adecos y copeyanos durante sus cuarenta años de hegemonía política, a tal grado que estos últimos -preteridos por sus mismos partidos políticos- ahora disfrutan de los cargos públicos y demás prebendas que antes no consiguieran, a través del PSUV.
No obstante, en medio de este panorama negativo salta a la vista la existencia de un pueblo consciente que exige su propio espacio de participación y protagonismo revolucionario, tratando de llevar a la práctica los diversos aspectos contemplados en la Constitución Bolivariana, las leyes del poder popular y aquellos lineamientos estratégicos emanados de su máximo líder, el Presidente Chávez. En este caso, se puede percibir la madurez política alcanzada en estos últimos catorce años por la base chavista. Sin embargo, como lo expusiera en mi artículo “La batalla del PSUV”, publicado en 2007, “hace falta que toda ella se inculque la necesidad perentoria de la formación revolucionaria, así como su difusión en todos los rincones del país, porque la idea es que el proceso revolucionario bolivariano sea sustentado de modo autogestionario por las bases populares y no por una dirigencia que, en su mayoría, ha obstaculizado el cambio estructural y no ha generado nada diferente a sus antecesores en el ejercicio del poder”. Como complemento, vale recordar también las palabras emitidas por Hugo Chávez el 18 de mayo de ese mismo año, quien resaltara: “O inventamos o erramos. Inventemos nuestro socialismo. En esa invención estamos. Para que haya una creación heroica debe haber un creador heroico, y ese creador no puede ser un hombre, una mujer, un caudillo, ni un mesías. El único creador heroico capaz de lograr una Revolución Socialista es el pueblo culto y consciente”.
Lamentablemente, dichas palabras no han tenido un eco efectivo y permanente entre quienes -de una u otra forma- han dirigido, por ahora, el PSUV y ostentan -paralelamente- cargos de ministros, diputados, gobernadores, legisladores, alcaldes y concejales, entre otros, lo cual ha originado una brecha profunda que los separa cada día de la militancia de base. Y más lamentable aún es la dispersión de cuadros revolucionarios que pudieran armar una opción realmente revolucionaria, capaz de aglutinar la voluntad y los esfuerzos de los sectores populares en función de una efectiva refundación de la República Bolivariana, en momentos en que es crucial obtener mayores avances, profundizaciones y definiciones del proceso revolucionario bolivariano; una cuestión que no ha sabido asumir el PSUV, a pesar de Chávez.-
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