El cambio de gobierno de 1999 frustró las expectativas de aquellos que pretendían confiscar al nuevo liderazgo. A partir de ese momento, poco a poco, un nombre fue creando su propio régimen de visibilidad. De allí se sucedieron movimientos populares e indígenas que no repiten la fisiología rastrera y de cubito dorsal de las élites tradicionales latinoamericanas, ante el golpe cotidiano del autoritarismo imperial del norte.
Por el contrario, lo que se levanta desde abajo es la relación abierta de nuevas composiciones sociales de los sectores y clases subalternas que conforman los distintos estratos de la multitud y sus realidades heterogéneas, que ahora contestan en voz alta ante el poder del capital. Al mismo tiempo que en su interior se entabla un diálogo y una refriega en torno al futuro del proceso en curso. Bastaría con colocar la oreja sobre el asfalto caliente para comprender de qué se trata.
El nuevo tiempo histórico que se abre construye constelaciones de momentos estelares que, de no ser aprovechados por las fuerzas sociales emergentes, quedarán subsumidos a favor de las corrientes conservadoras visibles o subterráneas. Las nuevas figuras políticas; léase por ejemplo, las comunas, los consejos comunales, o los diferentes grupos con trabajo partidista o no, en todo el territorio nacional, obligan a pensar los dinamismos de la política desde también nuevas configuraciones conceptuales.
Se abre de este modo extenso, un conjunto de interrogantes (un interregno histórico) desde el momento en que entra en crisis el poder orgánico de las clases dominantes. Los tiempos de crisis lo son también de tormentas, conflictos, transiciones y cambios. Ello exige un tratamiento conceptual abierto que se aleje de los socorridos dogmatismos aun cuando estos se transvistan de revolucionarios. La caída del consenso de Washington y la crisis en marcha, nos obligan, sin duda, a acelerar las alianzas y recomposiciones tanto a lo interno como hacia fuera, para fortalecer la nueva hegemonía aún en ciernes.
En este contexto es importante señalar lo que dijera Deleuze: "El pensamiento sólo ocurre entre una crisis y otra, en la rendija, y de manera perturbadora e inesperada. Hay que tener en cuenta que los paisajes mentales no cambian sin son ni ton, son refractarios a lo nuevo, se resisten y reaccionan ante la presencia de las nuevas subjetividades. En épocas de cambio afloran capas muy antiguas de ideas, mostrándose tal cual son, pues se abrieron paso por formaciones discursivas que las tenían encubiertas".
Así por ejemplo, se hacen visibles formaciones fascistoides; pero también se producen curvaturas de estos mismos discursos que penetran y se encubren, encubándose al interior de las subjetividades emergentes. Por eso, desde la voluntad política de los nuevos sujetos ha de surgir de cuando en cuando, propuestas y acciones afirmativas con carácter constituyente.
Actos de potencia, desde la movilización de la voluntad política común, la brújula del rumbo del proceso, la legitimidad de su liderazgo. Lo que es lo mismo a jugárselas en la afirmación de un camino. De manera que la reacción opositora ante esta nueva derrota electoral, arrogante, miope, no es otra cosa que la esperada y predecible tensión ante un curso que desplaza las máscaras y los disfraces y deja a los discursos y a los sujetos al desnudo, colocando las cosas en su lugar: Por un lado los insumisos e insurgentes que queremos responder a favor de los cambios revolucionarios (las grandes mayorías) y por el otro, los que raspan sus rodillas en procesiones mediáticas a favor de la desigualdad y los privilegios de clase. Los chinos dicen que las revoluciones son movimientos incesantes en donde el río muele al molino.