A sólo dos días del fin de año, me doy a la tarea de reflexionar sobre el clima afectivo que sacude a Venezuela en torno a la salud del presidente Chávez, que se funde y confunde con la navidad, palabra que viene del latín “nativitate” y significa “nacimiento de la vida para ti”. Curiosamente esta navidad ha coincidido con la “batalla a muerte que libra el presidente Chávez por su vida”. Lucha que ha concitado desde lo político una serie de sentimientos encontrados y ha modulado deseos de vida y apuestas descaradas de muerte, en un destrozarse mutuo. ¿Tiempos de amar o de odiar? ¿Tiempos de arrepentimiento y constricción o tiempos de ensañamiento y rencor?
El país entero está afectado por la situación de salud del presidente Chávez y por las consecuencias políticas que ello conlleva. Una complicada cartografía subjetiva de la realidad, se ha ido configurando a partir de “las pasiones del alma” (ira, amor, odio, vergüenza, compasión, piedad) que este hombre despierta y de la forma de relación interpersonal que, en consecuencia, se ha ido estableciendo entre el “chavismo y el antichavismo” y con el propio Chávez.
Castilla del Pino (Teoría de los sentimientos, 2.000), plantea que nuestra relación con el mundo no es únicamente cognitiva, sino que entre el sujeto y su entorno -personas, animales, paisajes pueblos, objetos- se establece una forma de relación emocional-afectiva que va desde la búsqueda de la posesión hasta el rechazo absoluto. Agrega que “todos manejamos una teoría acerca de los sentimientos de los demás” y clasificamos a los que nos rodean como sujetos de buenos o malos sentimientos. Así, la relación que establecemos con las personas depende tanto del sentimiento que les profesamos como de los sentimientos que creemos nos profesan.
A raíz de la enfermedad de Chávez, vivimos una situación de extrema afectividad y de suspensión del juicio crítico. Presos en una red afectiva - miedo, amor y odio -que media nuestra relación con la realidad y afecta en consecuencia la percepción de lo razonable y lo racional y, por supuesto, nuestra convivencia social.
Chávez se ha constituido en una suerte de “máquina de desear” en torno a la cual se ha ido desarrollando en estos últimos años el aparato emocional del país, ya sea porque de alguna manera deseamos poseerlo o bien porque anhelamos rechazarlo. Y así, desde el amarlo u odiarlo hasta las distintas formas de simpatía y antipatía que Chávez despierta, nos vinculamos y organizamos subjetivamente nuestra realidad.
Y en este encuentro entre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte; entre los que aman y proyectan su deseo y aquellos que tienen una imagen de sí mismos tan devaluada y creen que no pueden ser amados, Venezuela es puro sentimiento.
Maryclens@yahoo.com