31 de diciembre de 2012. Día de constantes lloviznas en la Villa donde el gran general en jefe Carlos Manuel Piar durmió sus noches de Angostura. Cansado me acosté a reposar y Geraldine me molestó demasiado solicitándome que la llevara a plancharse el cabello. La mamá la regañó y también se acostó a dormir protestando. Me quedé completamente dormido. Tal vez, fue un poco menos de cinco minutos o, quizás, un poco más. Tuve un sueño ni tan corto ni tan largo con el camarada Chávez, que voy a contarlo exactamente como sucedió.
El ser humano suele soñar en algún momento de su vida con los personajes que desea entrevistar y no puede lograrlo por una u otra razón. Una vez, hace algunos años luego de un sueño, estuve tentado en tratar de conseguir una entrevista con el camarada Fidel sólo para escribir sobre sus conocimientos en relación con el camarada Trotsky y la gloriosa Revolución de Octubre de 1917 en la Rusia que algunos pensaron sería la madre de la Revolución Permanente. No lo logré o, mejor dicho, no lo intenté por carecer de contactos para hacer los trámites. Nunca he tenido oportunidad de tratar personalmente al camarada Chávez. Hace, más o menos un año cuando él no había anunciado la enfermedad, ¡maldita enfermedad!, que lo aqueja tuve una idea que nunca la canalicé por ninguna vía. Así como nació, se esfumó. Quise hacerle un planteamiento al camarada Chávez para escribir un libro sobre él. Libro, no para resaltar sus valores sino sobre aquellos temas o materias que le han parecido más complicados, más difíciles de tratar, en los que han invertido tiempo y no ha estado conforme con los resultados. Las virtudes, los méritos de Chávez están a la vista hasta de los ciegos, pero hay cosas que deben estar tan dentro de él que no tengo la menor idea de si las ha comentado con algunos de sus hombres y mujeres de más confianza o, si por otras razones, se las ha reservado en su tiempo para comentarlas en la vejez. No lo sé. Hoy, cuando se habla de la gravedad de la enfermedad del camarada Chávez y de una posibilidad cierta de que se marche de este mundo a destiempo, es difícil pensar que las vaya a decir.
Ante tantos corrillos, dimes y diretes, que vienen de muchos lados sobre la salud del camarada Chávez se nos ha obligado a vivir en incertidumbre, preocupados y hasta tensionados. Luego de la última alocución del camarada Nicolás Maduro que escuché en diciembre sobre información médica en relación con la salud del camarada Chávez se han tejido tantas versiones que las cabezas giran a velocidades inmedibles o incalculables buscando descifrar misterios y dar con la verdadera realidad. Pareciera que mucho pueblo sólo confía en las palabras que salgan exclusivamente de la propia boca del camarada Chávez. Lo cierto es que durante el tiempo corto que me quedé completamente dormido lo invertí en soñar con el camarada Chávez. Lo cuento tal como fue.
El andaba a pies recorriendo barrios en Barquisimeto. Por una ventana miró hacia el interior del rancho donde vivo. Salí a saludarlo y no podía abrir la puerta. Geraldine me gritaba: “Allí está Chávez”. Al fin logré abrir la puerta y saludé al camarada Chávez y él también me saludó. Le recordé el libro “Tres Grandes Almas Majaderas” (Cristo, don Quijote y Bolívar), y sonrió. Habló algo de Marx, comentó las reflexiones de Fidel, dijo algunas palabras sobre Simón Rodríguez y cuando hablaba sobre la visión certera de Sancho captando realidades, me preguntó: -¿Qué dirigentes habían visitado el barrió y sus alrededores?”. Ninguno, le respondí. Lanzó una mirada que abarcó varias cuadras o calles, luego vio hacia abajo y comentó que no era posible que en la Venezuela Bolivariana hubiese barrios sin calles asfaltadas y sin cloacas. Miró las casas que son, en verdad, ranchos y dijo: “Eso no es vivienda digna para nadie”. Habló de la necesidad que los vecinos se organicen para que puedan luchar y hacer efectivo las soluciones a las necesidades de las comunidades.
Y juro, lo juro que fue así, que no estoy mintiendo porque lo que digo en este párrafo me llamó demasiado la atención en el sueño con el camarada Chávez. Cuando le pregunté por su estado de salud, el camarada Chávez me respondió de la siguiente manera: “No estoy preocupado por mi salud. Lo que realmente me preocupa es que no se haga lo que debe hacerse en favor del pueblo y se haga lo que no debe hacerse y que perjudica al pueblo. Eso es lo que me está matando”. Fue, en ese instante, en que le expuse al camarada Chávez que deseaba escribir un libro que versara sobre los errores y no sobre los aciertos del Proceso Revolucionario. El, en mi sueño, lo aceptó y me dijo que copiara el número de su teléfono para que lo llamara y ponernos de acuerdo. ¡Aquí viene lo demasiado extraño! No hubo manera posible que pudiese copiar el número de su teléfono y él, cansado supongo de esperar que lo copiara decidió irse para continuar con su recorrido. Cuando salí de nuevo a la puerta del rancho ya el camarada Chávez no estaba y entonces desperté sobresaltado.
Me quedé un rato pensativo, deseando que el sueño fuese una realidad pero había mucha fantasía atravesada en mi camino que sólo, al final, di rienda suelta al deseo que el camarada Chávez vuelva pronto y que las manos de las ciencias puedan alargarle la vida para que su obra y su pensamiento anden mucho tiempo y recorran mucho espacio. Los pueblos se encargarán de perfeccionarlos aunque el camarada Chávez ya, en algún momento de la historia, no esté presente.