De entrada, el sistema capitalista nos muestra dos tenedores de bienes. 1.- El proletario con su fuerza de trabajo, un valor de uso por excelencia, y 2.- El capitalista con su dinero, un v. de cambio no 100% confiable y con un poder adquisitivo o de compra de valores de uso que escapa a todo control cuantitativo por parte del trabajador.
Finalmente, el salario individual termina siendo canjeado por valores de uso, y de allí que el trabajo vivo se cambia por otros valores de uso de variopinta composición y elaborados todos por todo el colectivo de asalariados.
Infiérase que no es una transacción pareja para el trabajador, esa de recibir valores de cambio a cambio de su trabajo, mientras que a ojos vistas resulta ventajosa para el capitalista que hace lo contrario. Esta inferencia deja claro y sin lugar a dudas que desde su inicio la relación obrero-patronal perjudica al trabajador, independientemente de las pérdidas de canje que sufra el salario en su canje por bienes de consumo proletario.
Podría suponerse que hay algún desquite o recuperación compensatoria cuando el trabajador cambie dinero salarial por su cesta básica, pero, un momento: mientras el salario es preconvenido entre las partes, los precios de los valores de cambio de los bienes de esa cesta la fija estricta y unilateralmente el famoso mercado, vale decir el comerciante.
Por otra parte, el capitalista usa el mismo dinero para comprar medios de producción, maquinarias, equipos, custodios, contables y materias primas que termina revendiéndolos a un precio superior, habida cuenta que, según su óptica burguesa, cada bolívar invertido en esos medios-al igual que el empleado en la contrata de los asalariados-debe rendirle una ganancia.
Cabe inferir también que el único inversor burgués que no recibe ganancia alguna es el propio creador de toda la riqueza de una sociedad. Efectivamente, el trabajador sólo recibe el salario como precio por su trabajo, un precio en sí mismo de dubitable equivalencia con el valor creado o añadido por ese asalariad, y por cuya entrega al torrente circulatorio el trabajador no espera rentabilidad.
En cambio, el terrateniente-el dueño de los galpones sometidos a alquileres fabriles y comerciales-, el mal llamado fabricante y el banquero, terminan arrogándose una ganancia sin trabajo alguno, puesto que sólo ceden transitoriamente su capital representado por esos galpones, por los medios de producción puestos a la orden del asalariado, y el capital representado por las mercancía inventariadas por el comerciante, y también esgrimido por los financistas con el suministro dinerario involucrado en ambas fases de producción y venta.
En resumen, el cambio ventajista del trueque de bienes por dinero ha resultado evidentemente muy rentable para el capitalista y muy perjudicial para el trabajador; evidentemente, el dinero en poder del trabajador sólo es rentable para la burguesía, aunque esta lo use para explorar a aquel.
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