Cuando sus padres le engendraron, rompieron el molde. La parturienta, porque pienso que hubo de ser una de ellas, quien le extrajo del vientre de la madre, destruyó todo lo que pudiese quedar por allí para que magos y hechiceros no pudiesen, valiéndose de sus malas artes, tomar lo que les fuese útil para hacer una copia o clonación. Pues, por los gritos y gestos del recién nacido, todos los antes nombrados supieron que había llegado “el hombre”.
Por eso, él, quién está enfermo en Cuba, no tiene copia y a todo el mundo le resulta difícil equipararle o sustituirle aunque sea por unos momentos; ahora se desentumece, recupera fuerzas para empuñar con energía la adarga y volver aprisionar entre sus fuertes piernas el costillar de Rocinante.
Estando allá en reposo, sólo eso en reposo, para continuar su marcha y combate, no contra molinos de viento, sino verdaderos gigantes; no contra humildes, harapientos y deambulantes sacerdotes, en caminos estrechos y solitarios, sino contra alta jerarquía de la iglesia, se habla que le han visto en muchas partes; en cada esquina, bajo faroles mortecinos, en medio de las multitudes; la gente lo percibe, le escucha, ve, siente su poderoso palpitar y muestra disposición a seguirle sin importar el rumbo ni ritmo de la marcha, lo escabroso del camino o las siniestras fuerzas a qué habrá de enfrentarse.
Porque en Venezuela, la consigna “todos somos Chávez”, pareciera hacerse realidad, aunque él, el individuo que mueve y encanta a las multitudes, no puede ser copiado como tal sino en el alma colectiva. Como él mismo ha dicho, “ya yo no soy Chávez, soy un pueblo”, una multitud en movimiento dispuesta a imponer la paz y la justicia.
¡Pero que vaina tan mala o que vaina tan buena! Chávez, no puede ser copiado!
¿Cómo puede un cristiano, sin la bendición de los dioses y diosas del Olimpo, el Dios único, las no sé cuántas vírgenes del cielo, las ánimas benditas de la sabana, hacer las veces de Hugo Chávez para encantar, no con su canto de sirena, sino la portentosa y estentórea voz de la justicia, el amor y la capacidad para levantar hasta a los moribundos?
¡No, Chávez!, tú lo sabes. Lo sabes desde el mismo momento que la parturienta, que pudo ser tu abuela Rosa Inés, te golpeó fuertemente las nalgas y lanzaste tu berrido que corrió por la sabana del infinito llano, se metió entre los morichales, se sumergió en las tranquilas aguas de las lagunas y veloz se fue en el lomo de las turbulentas de los portentosos ríos a llevar la buena nueva.
“Llegó aquel que nos hacía falta para unir nuestras fuerzas, encontrar puntos de coincidencia en nuestro disperso pensamiento, despejar dudas y el torrente por dónde deslizarnos”.
Todo eso pensaron y dijeron quienes escucharon tu llanto de recién llegado. Tú lo supiste también. Por eso, sabes que no tienes copia y tampoco heredero por ahora.
Agigántate, tienes que volver con los bríos de siempre. Tu pueblo te espera para acompañarte a completar la tarea que te fue encomendada. Lo harás, no hay duda, porque no tienes copia, bien lo sabes, es a ti a quién aguarda, no puedes entregar el testigo todavía.