Casi todo el mundo, dentro y fuera del chavismo, con buena o mala fe, hace mención al trato y consideración deferente del presidente Chávez hacia Diosdado Cabello.
Este escribidor mismo, de manera recurrente, se ha planteado el asunto casi como una incógnita que demandaba un necesario e inmediato despeje. Atrapado en una concepción preestablecida y premisas tradicionales y hasta “manualistas”, nos costaba entender el proceder del presidente con respecto al monaguense. Nos resultaba “fácil” entender que quisiese tenerle cerca, a su lado, por razones que emanaban de las viejas relaciones entre comandante y subalterno cercano de cuando ambas estuvieron en el ejército. Aceptábamos como natural que por el afecto nacido en el compartir los alegres momentos de la estadía en la Escuela Militar y el compromiso derivado del asumir la tarea clandestina de crear el movimiento bolivariano, entre ellos naciese un particular sentimiento de afecto. Pero no entendíamos le diese responsabilidades que suponíamos sólo inherentes a un cuadro político determinado.
Cabello, quizás por su formación familiar, reforzada en la militar, parece haber internalizado profundamente la idea de la lealtad. Por algo, suele demandar por ella con insistencia y como un escudo. Pareciera sobreponerla a cualquier otra circunstancia o principio. Tanto que uno termina por creer en la sinceridad de su gesto, y nos parece como aquellos caballeros medievales. La lealtad es un valor que se sobrepone a todo y por ella se es capaz de llegar a dónde antes, quien así la asume, no se lo había imaginado.
Para Chávez, la lealtad es un valor por el cual puede subliminar algunas cosas. Muchos, en diferentes circunstancias, han calificado y hasta juzgado al presidente de débil o condescendiente con diferentes personajes, quienes han sido merecedores de ser tratados con dureza; ni siquiera con la simple indiferencia. Otros, habiendo incurrido en acciones que demandaban se les olvidase para siempre, han contado con el perdón presidencial o del viejo compañero de luchas dentro y fuera del ejército. Cualquiera, conocedor de lo que ha sucedido en la Venezuela de los últimos catorce años, puede sin dificultad hacer una larga lista de personajes que han gozado de la benevolencia de Hugo Chávez; quien no ha dudado en manifestarles “borrón y cuenta nueva”. Todo eso está indisolublemente unido a la innegable bondad del barinense.
Esa manera de ser de nuestro presidente es digna de elogio. Es necesaria esa conducta. Una vez escuché decir a Rómulo Betancourt, quien por cierto era la persona menos apropiada para decirlo, porque gustaba atesorar y reproducir los odios, que “a ningún hombre se le lapidaba”.
Todo el mundo tiene derecho a reflexionar, corregir su conducta y reiniciar una nueva vida.
Cuando Salón Meza Espinoza, estando en Acción Democrática, era el habitual orador en la Cámara de Diputados, para agredir a la izquierda, primero legal y luego clandestina, solía decir barbaridades y cosas inventadas para justificar la represión, pregunté a quién fue mi gran amigo y compañero, Moisés Moleiro:
¿Por qué ese señor dirá esas cosas tan horribles, crueles y distantes de la verdad?
Moisés, quien le conocía y generalmente era muy equilibrado al juzgar a las personas, me respondió diciendo:
“Dice esas cosas porque las cree. Es lo que le informan para que haga lo que ha asumido como su trabajo; defender a AD contra la presunta agresión nuestra. Cuando descubra la verdad y constate que le mienten, hará lo contrario”.
En efecto. Sucedió tal como lo predijo Moleiro. Aquel compatriota posteriormente se convirtió en combatiente digno y respetable por la revolución venezolana. A esta altura, uno podría decir, con todo respeto, que actuaba en función de la lealtad debida a lo que creía verdad y principios justos.
Diosdado no se cansa de “predicar” el valor lealtad y ha estado junto al presidente tanto tiempo, como para que Nicolás Maduro, hace pocos días le calificase, no sin razón, de “casi un hijo del comandante Chávez”. Éste bien lo sabe y da por descontado que puede contar, en las buenas y las malas, con el ahora presidente de la AN.
Pero el presidente también sabe bien, mejor que nadie, de otras cualidades que adornan a Diosdado. Para sus enemigos y también para quienes no lo son, puede resultar chocante la firmeza, valentía y el arrojo que parecieran caracterizar su personalidad. Esas cualidades, pueden producir admiración, respeto y prodigar adherencias, pero también rechazos y hasta temores. Para el presidente Chávez, esa manera de ser de Diosdado es un necesario complemento.
Ahora comprendo bien, por qué Chávez le tiene confianza para asignarle responsabilidades de envergadura. Por qué, ante la coyuntura que nos venía, optó por escogerle para presidente de la Asamblea Nacional. Incluso, voy a llegar más lejos, el haber señalado a Nicolás Maduro como su posible sucesor, siendo Diosdado lo que es y ha sido, es el más hermoso reconocimiento a éste por su lealtad.
Ahora, viendo a Cabello mostrarse desafiante contra los enemigos del proceso y su comandante, exponiéndolo todo, he quedado convencido que es un hombre limpio y mentiras todas las cosas que la derecha y otros, que no parecen serlo, dicen acerca de él, pues “quien tiene rabo de paja, no se acerca a la candela”.
Las muestras de lealtad, uno no sabe cuántas, de Diosdado para Chávez, son motivos para que éste le tenga en alta estima y sea para él indispensable. Pero el carácter, firmeza, arrojo de Diosdado, cualidades que también conoce el presidente Chávez desde los tiempos juveniles, han contado en gran medida para que le tenga en preferencia. Sabe el presidente que no combate con molinos de vientos, soldaditos de chocolate, ni sólo se trata de manejar contradicciones, en puro ejercicio intelectual, sino que esta pelea es peleando.
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