La Mujer Papa II

Hace poco apareció publicado en Aporrea un artículo escrito por mí titulado “Devaluación, mal presagio”. El mismo anunciaba un tema de mucha actualidad. Sin embargo, el texto del artículo hablaba de otro muy distinto. Lo que constituyó un verdadero disparate al que todavía no he podido encontrarle una explicación. Por esa razón, ahora quiero retomar el tema que traté en aquella oportunidad, y en el que hacía referencia a que poco antes del primer milenio de nuestra era, hubo una mujer Papa de nombre Juana, que murió linchada por la feligresía debido a que sufrió un aborto mientras participaba en una procesión.

Ahora, esa cita histórica no estaba completa, por lo que necesitaba una explicación adicional que le permitiera al lector percibir la real trascendencia de aquel episodio, uno de los más vergonzosos que haya tenido que ver con la iglesia católica, cuya trayectoria ha estado jalonada por hechos incluso mucho más repugnantes y nauseabundos que éste. Me refiero a que los altos jerarcas o purpurados de esa iglesia, ante unos acontecimientos que habían afectado notablemente su prestigio, se vieron en la necesidad de implementar medidas que en el futuro evitaran situaciones como la señalada. Y en efecto, así lo hicieron. ¿En qué consistió esa medida? En la invención de una silla, la llamada silla gestatoria, que tenía una característica muy particular, casi única, podría decirse. La misma consistía en que presentaba un hueco en el centro del asiento. En este mueble de tan curiosa apariencia, debían sentarse los aspirantes a desempeñar el nuevo pontificado. Luego un tipo, de muy pocos escrúpulos, me imagino, metía una de sus manos por debajo, y de esa manera constaba el sexo de los cardenales que participarían en el cónclave. Yo no sé si ese repugnante método se emplea todavía, Sin embargo el cardenal Urosa debe tener mucho cuidado no se las vayan a apretar demasiado.

Bueno, la cuestión es que no existe hoy ni existirá nunca nada más siniestro y tenebroso, más pernicioso y terriblemente dañino para la humanidad que las religiones. Ya la índole perversa de las mismas se manifiesta desde sus propios orígenes. Éstas nacen de la inclinación casi genética de las personas por lo sobrenatural, a creer en seres y cosas con facultades y poderes tan extraordinarios que sobrepasan con mucho las posibilidades del ser humano. De allí que ante retos imposibles de alcanzar por el hombre, deciden acudir a esas fuerzas en busca de ayuda. Y así es como nacen los dioses, unos seres dotados de poderes mágicos capaces de lograr, según la creencia, verdaderos prodigios –milagros, les decimos hoy-. Sin embargo, éstos no nacen solos, porque junto con ellos nace también, simultáneamente, la necesidad de comunicarse con esos seres mediante ritos, oraciones y plegarias, tarea que queda a cargo de ciertos individuos –piaches, curas, y rabinos- que, por esa presunta posibilidad de comunicarse con los dioses, adquieren una posición de privilegios dentro de la comunidad, un privilegio que no tardó en convertirse en un dominio espiritual absoluto sobre los demás individuos.

Pronto estos sujetos se percataron del poder espiritual que tenían sobres las personas y ni idiotas que fueran lo empezaron a utilizar en provecho propio. Este poder que ejercían sobre el resto de la comunidad llegó a ser tan grande y avasallante, que en la Edad Media superaba al de los emperadores, los cuales en muchos casos se vieron obligados a ponerse al servicio de los Papas. ¿Cuál era el arma o instrumento que estos tipos utilizaban para doblegar a orgullosos reyes y monarcas? La excomunión. Una bula que se utilizaba para condenar a las llamas eternas del infierno a los que tuvieran la osadía de desafiar su autoridad. Hoy el contenido de esos decretos pontificios nos parecen sumamente risibles y ridículos, pues te maldicen desde las uñas de los pies hasta el último pelo de la cabeza, en el supuesto, desde luego, que lo tengas. O lo que es lo mismo, que la tal excomunión no te dejaba hueso sano. Pero en aquella época, en la que la ignorancia y la superstición hacían estragos entre la población; la excomunión ejercía tanto terror, que aquí en Venezuela fue la determinante en la caída de la primera República.

Lo cierto del caso es que como lo estamos viendo en estos momentos, no hay historia más tortuosa y nauseabunda que la de las religiones y sus respectivas iglesias y, especialmente, la de la católica y su prima hermana la hebrea. Por ejemplo, la primera, de la cual sus intelectuales se lo pasan recordando las crueles persecuciones de la que fue objeto en Roma, tan pronto se le declaró religión oficial del imperio, inició una criminal persecución contra las otras creencias, las cuales ellos, los cristianos, llamaban paganas. En este sentido, no solo destruyeron sus templos y sus símbolos más sagrados sino que, además, también los asesinaban. Hasta tal punto llevaron su intolerancia criminal los seguidores de Jesús, que cometieron el sacrilegio, para utilizar su propia jerga, de destruir el oráculo de Belfos, en Grecia, uno de los lugares más venerados de la antigüedad.

Algo parecido ocurrió con la religión hebrea. Porque después de salir huyendo sus fieles de Egipto para eludir la presunta persecución del faraón, llegaron a Jericó donde después de derribar las murallas que protegían la ciudad, con la ayuda de Dios, por supuesto, aniquilaron a todos sus habitantes, y sólo se salvó una prostituta, y eso porque los ayudó a cometer aquella horrenda masacre. Después, atacaron a los amorreo, razón por la cual se produjo una batalla en la que no les estaba yendo muy bien, cuando Dios, para ayudar a sus pupilos, les envió a los rivales de estos una lluvia de piedras. Vencidos lo amorreos, los israelitas atacaron más tarde a los filisteos. Es decir, un constante y permanente de derramamiento de sangre, que se ha extendido hasta hoy contra el indefenso pueblo de Palestina.

Pero ¿por qué hablamos de presunta persecución? Porque si alguien fue generoso con los hebreos, o sea, con los judíos, fue este monarca egipcio, especialmente con José. José era hijo de Jacob, patriarca hebreo y de Raquel, la esposa más amada de aquel. En vista de esto, gozó de las preferencias de su padre, al punto de que éste pensaba dejarlo como su sucesor cuando muriera. Hecho que no le gustó a sus demás hijos que consideraban este plan de su padre como una injusticia. Un día Jacob envió al hijo predilecto a buscar a sus hermanos que con sus rebaños se habían alejado de la casa. Al verlo éstos acercarse a ellos, decidieron matarlo, a lo que se opuso el hermano mayor. Entonces resolvieron el impase metiéndolo en un pozo mientras decidían qué hacer con él. Poco después pasó por allí una caravana de mercaderes a la que le vendieron a José como esclavo y se lo llevaron a Egipto.

En Egipto se lo vendieron a un comerciante cuya esposa se enamoró de él. Un día, bajo engaño, esta mujer se lo llevó a su cuarto e hizo todo lo posible para que José se acostara con ella. Este se resistió y al salir dejó un manto en el aposento. Al regresar el marido, la esposa le enseñó la prenda al tiempo que le decía que el muchacho había tratado de violarla. Por esto fue a parar a la cárcel, donde cobró fama como interpretador de sueños. Habiendo llegado la fama de José a oídos del monarca, éste lo mandó a buscar para que le interpretara un sueño raro que había tenido. El faraón le contó que había soñado con siete vacas gordas y siete vacas flacas. José le dijo que las vacas gordas significaban que Egipto iba a disfrutar de siete años de una gran prosperidad y bonanza, de una abundancia como nunca se había conocido en aquel país. Y las vacas flacas significaban lo contrario, es decir, siete años de grandes escaseces y penurias y que la mejor forma de afrontar aquella difícil situación era guardando toda clase de bienes, especialmente, alimentos. Bueno, las cosas ocurrieron tal como José las había vaticinado, por lo que Egipto se salvó de una gran debacle. Agradecido el monarca no sólo lo nombró gobernador de su país con plenos poderes, sino que además le permitió que se trajera su familia a esa nación.

Ahora resulta que tiempo después estos judíos, que jamás se integraron a la sociedad egipcia, se ven perseguidos por el Faraón. Algo muy grave tuvo que haberse producido para que eso ocurriera. Como conspiraciones políticas, por ejemplo, para apoderarse del territorio de ese país y convertir a los antiguos compatriotas de Cleopatra en sus esclavos, tal como están haciendo ahora mismo en Palestina. De cualquier manera, quien estaba detrás de todos estos conflictos, guerras y matazones era Dios, al que no se le arrugaba el ojo para matar él mismo a la gente hasta por diversión. Como ocurrió con todos los primogénitos del país africano y con el hijo de Jacob, a quien mató porque le eyaculaba a su esposa fuera de la vagina.

Y en cuanto a barbarie y degeneración de las costumbres –ya nos hemos referido a Papas que se acostaban con sus hijas y vendían las indulgencias plenarias- la iglesia católica no se queda atrás. En relación con esto, basta recordar la Inquisición, las Ordalías y hechos como los de la noche de San Bartolomé, en París, cuando en una sola noche, 1572, e instigados por el cardenal Carlos de Lorena, los católicos se echaron a la calle y degollaron a miles de hugonotes quienes profesaban la fe protestante. Este bárbaro acontecimiento, que impregnó de sangre las calles de París, se produjo en el marco de las guerras religiosas ocurridas durante el reinado de Catalina de Médici, en Francia. Hoy estos hechos, afortunadamente, no pueden volver a ocurrir, porque con excepción de las violaciones de niños y los nexos con las mafias siciliana, que condujeron al asesinato del Papa Juan Pablo I dentro del Vaticano, los curas perdieron el poder político. Sí, perdieron el poder político, pero, ¡pero como joden!

NOTA: Pérez Pirela, cada vez que menciona u oye mencionar la palabra “solo”, de inmediato hace la observación de que cuando es un derivado de “solamente” debe acentuarse. Pero que cuando expresa soledad, sin compañía, el niño está solo, no se debe acentuar. Muy bien, no está demás, sino que por el contrario es muy loable esa preocupación por lograr que la gente se supere cada día más en el manejo del idioma. Sin embargo, inmediatamente después de haber dictado esta cátedra lingüística, suelta un “recuérdense” o “recuérdate”, que es un verdadero rebuzno. Y ya se lo hemos hecho saber en varias ocasiones, pero como es característico de los mediocres, no ha hecho caso. A este tipo le hemos hecho saber por este mismo medio, que las expresiones mencionadas son un rebuzno fundamentalmente por dos razones. La primera de ellas es que el verbo “recordar” no es reflexivo, es decir que su acción no recae sobre la misma persona que lo pronuncia. Lo contrario de “recordar, que es transitivo, por cuanto su acción recae sobre un complemento directo, que es la cosa recordada. Lo otro es que recordar no es tampoco un verbo pronominal. Esto quiere decir que no necesita de las partículas pronominales me, te, se, para significar lo que con él se quiere decir. Bue provecho.

alfredoschmilinsky@hotmail.com



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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