Al cumplir 24 años del llamado Caracazo, “el día que bajaron los
cerros”, y a pesar de que es mucho lo escrito y discutido sobre las
causas que originaron la gigantesca manifestación popular en contra no
de un gobierno sino de un sistema de explotación y miseria, todavía no
hemos comprendido a cabalidad las implicaciones sociológicas y
políticas de lo ocurrido por aquellos días, o peor aún, si lo
comprendemos en su inmensa dimensión seguimos sin corregir en su
esencia las causas que desembocaron en tan singular manifestación.
Uno de los aspectos que siempre me ha impresionado sobre los sucesos
de febrero de 1989 es la ausencia de una dirección política de las
manifestaciones, que de haberla tenido hubiera significado en cuestión
de días la caída del gobierno Carlos Andrés Pérez. Lo ocurrido es la
conjunción histórica en un momento determinado de una serie de
factores y tensiones sociales producto de políticas sociales y
económicas neoliberales, corrupción desmedida y descarada, el engaño
constante de la clase dirigente a la población unido a la ceguera e
ignorancia de la clase media acomodada y alienada, una receta pues
para el estallido social vivido.
No queda duda que este evento marcó el declive definitivo del
puntofijismo y la posibilidad del surgimiento de un movimiento
político alternativo que años después arribaría al gobierno por la vía
de los votos luego de un intento fracasado por la vía insurrecional.
En muchos aspectos ha cambiado la sociedad venezolana desde entonces,
se han hecho mucho más visibles los pareceres y contradicciones y se
ha posibilitado la toma del poder en instancias donde no se había dado
nunca antes, pero todavía de manera muy tímida, solo parcialmente,
ahogados como seguimos en el burocratismo y las estructuras formales,
a pesar del discurso del poder popular, que sigue siendo más una
aspiración que algo tangible y concreto.
Esa es la principal deuda pendiente del 27 de febrero, con los miles
de compatriotas y hermanos reprimidos y asesinados por aquellos
terribles días, que mostraron al mundo la cruda realidad de un país
rico en petróleo y “misses” pero con una miseria y explotación
inentendibles. La tarea pendiente es la verdadera transformación del
sistema, la erradicación de las taras y vicios imperantes en la
administración pública, que siguen siendo las lacras que se burlan de
lo conseguido en materia de reivindicaciones sociales de las clases
populares en los últimos años, que impiden la revolución y la dejan en
proyecto, que siguen velando por sus intereses particulares en
desmedro del colectivo.
Llama la atención el desprecio que sigue teniendo un sector de la
clase dirigente (opositora y del gobierno) hacia la población,
desprecio visible en el contenido de discursos ampulosos y almibarados
mientras la gente observa como el decir y el hacer en ellos no tienen
nada que ver uno con el otro. Ese mismo desprecio fue probablemente el
que colmó la paciencia colectiva en el 89, ciertamente en un contexto
histórico distinto, un pueblo con un mayor nivel de conciencia y un
gobierno que ha logrado avances en lo social a pesar de todo.
El 27 de febrero nos recuerda que ahora es que queda camino por andar
para afirmar que hay una revolución socialista efectiva y consolidada,
que queda mucho entuerto por corregir y muchos vicios por erradicar.
cogorno1@gmail.com