En Física se habla de Ley de simetría, una ley fundamental que maximiza el alcance y cumplimiento de todas las demás leyes de esta envolvente ciencia.
Los asuntos económicos manifiestan su apego a esa ley cuando absolutamente todos los capitalistas buscan un mismo objetivo, actúan de la misma forma de explotación asalariada, conciben el Estado de igual manera y, particularmente, consideran que sus ganancias tienen una honrada u honorable procedencia, al punto de que los empresarios burgueses han venido gozando de un gran aprecio social, independientemente de sus frecuentes especulaciones comerciales y artilugios contables que practican con el apoyo de profesionales graduados y licenciados por el propio Estado burgués.
Es así cómo hasta el bodeguero con menor capital explota asalariados, especula con arreglo al mercado y concibe al Estado como un ente a su servicio; que este debe protegerlo, no sólo ante la delincuencia común, sino ante los reclamos de sus clientes y trabajadores.
Las crisis bancarias son el mejor ejemplo de protección estatal, aun en los casos de bancarrota por manejos dolosos, imprudencias empresariales, negligencia o intereses políticos frente a los trabajadores directos.
Hasta el comerciante de menor giro-los fabricantes también comercian, al igual que los financistas-considera normal arruinar competitivamente a sus competidores, y cada uno de ellos piensa de igual forma, aunque en realidad los precios de equilibrio no los determina la oferta, sino la demanda, y de allí que nunca se concreta el mercado monopólico, ya que su sola concepción estimula la competencia. A lo sumo, cada comerciante monopoliza o acumula esa riqueza que va materializando en propiedades diversas, de preferencia inmobiliaria o en ramificaciones comerciales, fabriles y bancarias.
Es por esa ley de simetría que para el capitalista sólo existen mercados locales, regionales, nacionales y transnacionales. La idea de imperio capitalista responde precisamente a que los industriales con mayor giro económico, la llamada alta oligarquía, logra acumular tanta plusvalía, tanto capital, que necesita ampliar diariamente su mercado ya que de otra manera sus actuales ganancias empezarían a dar pérdidas por concepto de capital ocioso.
Hacemos la salvedad del capital desactivado en atención a la capacidad instalada de los equipos y personal cuando estos medios y la correspondiente mano de obra de desarmonizan en calidad y cantidad, además de carecer de clientela suficiente para colocar los altos volúmenes de producción de la capacidad instalada en medios de producción.
Sin embargo, los fabricantes suelen colocar su producción en miríadas de comerciantes de menor rango, aunque estos terminen acumulando inventarios invendibles, un increíble cuadro que vemos cuando nos paseamos por los exhibidores del comercio. En estos más es la mercancía pasada de moda que la de “último grito”.
De resultas, la burguesía asimila los países a grandes mercados donde los gobernantes nacionales, estadales y municipales pasarían a ser sus administradores, una suerte de gerencia política al servicio directo del grandes, medianos y pequeños capitalistas. Tales son los mercados burgueses.
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