Salvedad hecha del agua y de la mano de obra debidamente capacitada, la escasez de algunos bienes de consumo cotidiano-no de producción-lejos de ser un motivo de alarma o un signo negativo para la economía de un país, de un gobierno, es una magnífico signo positivo.
Nos explicamos: para que un capitalista monte una empresa, necesita tener claro que preexiste una demanda, que halla clientes potenciales. Para ello tiene que saber que en el país, que en su mercado potencial, hay suficiente o determinada capacidad de compra no satisfecha plenamente por las empresas productoras del caso.
Por ejemplo, cuando un gobierno anuncia o planea y pone en ejecución obras como las involucradas en la Gran Misión Vivienda de Venezuela, ese sólo anuncio es un claro y confiable indicador de que semejantes planes se traducirán en poder de compra de bienes de la cesta básica. Esta idea mercantil responde al hecho de que primero es la demanda y luego la oferta.
De tal manera que el asomo de escasez de algunos bienes significa que el país, el mercado, cuenta con un excedente de clientes solventes sobre los volúmenes de oferta y producción correspondientes.
Así, pues, la escasez de oferta es condición sine qua non para que el empresariado reciba una invitación y estímulo para incrementar la producción, para montar nuevas empresas, para adquirir más medios de producción, maquinarias, herramientas, materias primas, para emplear más mano de obra.
Digamos que la escasez es el polo positivo y contrario a la sobreabundancia de bienes que no hallan salida, con unos inventarios invendibles que estarían indicando que el poder adquisitivo en manos de la clientela es deficiente; que deben bajarse los precios, dar facilidades crediticias, que la economía va a sufrir una inminente contracción.
De resultas, el gobierno ni la clientela venezolana en general no tienen por qué caer en el juego de las campañas manejadas por la oposición que pretenden hacerle ver a los consumidores que esa escasez-ayudada por el mecanismo del acaparamiento-sea un indicador de mala gerencia gubernamental, sino todo lo contrario. Son hechos palmarios e innegable las mejoras salariales que viene experimentando el trabajador y consumidor venezolano, al punto de haber soportado varias devaluaciones frente al dólar, así como el empuje hacia arriba del PIB, todo lo cual se traduce en que hay en el país una clientela efectiva de una magnitud y potencial solvente a la cual todavía el aparato productivo nacional no ha podido adecuarse, particularmente por parte del sector privado, el mismo que por su propia naturaleza parasitaria y rentística siempre ha jugado a la escasez como artilugio elevador de los precios, un procedimiento expedito que le permite a ese empresariado rentista obtener ganancias de mercado y no de la producción, ya que siempre ha mantenido una economía deprimida y deficitaria, a sabiendas de que la mayoría de los venezolanos mantenía un bajo poder adquisitivo.
El empresariado parasitario nacional operaba en función de las minorías favorecidas privilegiadamente con la Renta Petrolera, todo lo cual engendraba los informes estadísticos de aquella alta pobreza crítica que caracterizó a la población venezolana prechavista.
El gobierno cuando rompa el secreto comercial debería hacerles auditorías a las empresas privadas a fin de determinar y constatar otra forma de escasez o de acaparamiento inducido, cual es el mantenimiento arbitrario de mucha y variada capacidad ociosa en los talleres de producción establecidos, empresas que perfectamente podrían ser adquiridas por el Estado para darlas al crédito a sus trabajadores.
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