La magnitud psicológica del imperio burgués, su alcance y manifestaciones de dominación y poder van desde el mercado transnacional de los países altamente industrializados hasta los pequeños centros de venta y consumo, con empresas de marcas reconocidas mundialmente y burgueses con apellidotes que datan de la Colonia y hasta de más atrás.
Las grandes fábricas exportadoras de medios mecanizados de producción de bienes de consumo, y los productores de materias primas fundamentales que por razones naturales se hallan desigualmente distribuidas bañan el mundo a través de largas y múltiples cadenas de intermediarios, de bancos y compañías aseguradoras y reaseguradoras, cuyas marcas de fábrica-nombres-les basta para que los empresarios de menor rango económico las respeten y hasta negocien con ellas con sumisión y confianza.
Los contratos laborales y de compraventa crean obligaciones que se amparan en leyes eminentemente burguesas o influidas por las teorías de la Economía Vulgar y de la filosofía idealista o paracientífica. De allí las alianzas y mancomunión de intereses empresariales comerciales y financieros. Por ejemplo, en las oficinas de Registro Público se crea y asienta los “derechos” individuales sobre la tierra y los medios de producción, se confieren títulos de propiedad y se convalida hasta títulos profesionales y académicos. Tales oficinas se instauran con la finalidad de hacer valer aquellas marcas de fábrica detrás de las cuales se hallarían determinados apellidos clasistas.
Una expresión contundente del dominio y alcance del modo burgués ocurre a nivel de las ideas, del pensamiento del proletariado, una manera de ver el mundo que prende hasta en los supremos niveles de profesionales y académicos. Es así cómo los protagonistas, burgueses hacen de sus apellidos un arma de dominación psicológica, además de la humillación que sufren los proletarios cuando acuden a vender su fuerza de trabajo y deben obedecer ciegamente las instrucciones personales de patronos a quienes no se les conoce por trato ni comunicación ni vista, y de supervisores o de los manuales unilateralmente elaborados por esos patronos, por esos dirigentes y organizadores de la empresa privada.
En el Estado burgués que sigue privando en los países de habla hispana la influencia de los apellidos clasistas se ha maximizado al punto de que las personas son registradas según el rígido orden alfabético de los apellidos. Esto lo vemos en las listas escolariegas que luego siguen privando en los liceos y en las universidades, en la cédula de identidad.
Desde acá le sugerimos a la Asamblea Nacional para que se aboque al proyecto reformatorio de la Ley de Educación, a fin de permitir o irnos acostumbrando a que en esas listas de personas y en la cédula de identidad primero se cite los nombres de pila y en segundo lugar los apellidos del caso.
Porque, como sábese, hasta en los poblados de menor densidad demográfica coexiste gente de apellidos connotadamente ‘ilustres’ con gente humilde, bien por méritos académicos, comerciales o por herencia. De manera que hasta en esos pueblos pequeños, la sola mención de un apellido tradicionalmente perteneciente a determinados “pelucones’’ infunden miedo o al menos respeto psicológico, humillación, alienación, a sus humildes pobladores.
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