Chávez reunió todas las religiones y hasta a los ateos. ¿Tiene esto antecedente en la historia? Es por una duda que tengo.
Según el temprano cristiano Lactancio, la palabra religión viene del latín religio, es decir, ‘religación’, ‘unión’, ‘alianza’. Y mi latinajo religio religionum sería ‘religión de religiones’. O sea, más religión que todas porque las abarca e incluso llega hasta los que no tienen religión. O sea.
Durante su enfermedad, se congregaron alrededor de Chávez las creencias más diversas, apartadas, antagónicas. Reconcilió devociones que sostuvieron hasta no ha mucho guerras de religión pavorosas por fanáticas. No funcionó para su salud corporal, pero sí para una salud trascendental: el cese de hostilidades, esa tendencia demasiado humana a creer en este dios contra aquel. O tal vez creen en el mismo, pero desde otro ángulo y por eso se matan. Chávez congregó un armisticio que invalida todas las guerras de religión pasadas, presentes y futuras.
La historia de las religiones debiera detenerse un buen rato en esta esplendidez. Si acaso tiene antecedentes, este portento no parece en todo caso muy frecuente. Ya se sabría. Mi ignorancia, y la de las personas a quienes he consultado, no pueden ser tan vastas.
Para la entronización del papa Francisco se reunieron prelados de distintas creencias, pero fue un acto más diplomático que ecuménico o de diálogo interreligioso. Estuvieron allí los pontífices más incompatibles tolerándose e intercambiando vocablos de buena compañía, sin lanzarse como otrora anatemas, maldiciones, imprecaciones, improperios, excomuniones, negaciones, invectivas, advertencias, amenazas, estigmas, execraciones, repudios, condenas a todos los infiernos y demás ejercicios que me hacen dudar de la piedad de las religiones. Convivieron por unas horas presenciando el acto solemne por el cual un hombre se vuelve Santo Padre. No me quejo, no lo critico. Pero no es lo mismo que trenzó Chávez.
Es que Chávez logró, además, religar en sus exequias desde el Príncipe de Asturias hasta Raúl Castro. Sin contar los cientos de miles que transitaron su ataúd. Nada en Hugo Chávez tiene precedentes.
No es fácil explicarlo, pero todos lo entendemos, sobre todo quienes aún se religan en la pasión inútil de odiarlo.
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