Ha muerto el camarada Toro Torres. Murió muy cerca de donde estoy, en Cabudare el 26 de febrero de 2013, pero me enteré fue el domingo 31 de marzo, día en que finalizó la Semana Santa. Me lo dijo el camarada Antenor Guevara quien en este momento se recupera de un infarto que trató de arrebatarle su vida y, en esta oportunidad, no lo logró. ¡Gracias a sus amigos y a las ciencias! Mientras que el camarada Toro Torres se marchó del mundo de los vivientes de forma casi clandestina como clandestina fue casi toda su vida de revolucionario. Y más o menos o muy cercano, a esa fecha, murió también el viejo camarada a quien cariñosamente le decíamos Salitas, luego de un arduo y hasta prolongado combate contra un cáncer que no pudo vencer.
El camarada Toro Torres militó en las filas del Partido Comunista y, luego, fue del grupo Punto Cero. Pero existe una faceta muy poco conocida de él que es imprescindible narrarla ahora, incluso, cuando ya él no se enterará absolutamente nada de lo que aquí se diga. Me limitaré a la verdad que no podrá ser borrada por nada ni por nadie. Fueron testigos del hecho muchos mandos y combatientes, de ambos géneros, del ELN.
El viejo Toro Torres duró muchos años en la guerrilla del ELN cumpliendo con ese noble y maravilloso papel del internacionalismo revolucionario. Seguro estoy que su muerte debe haber dolido en lo más hondo del corazón eleno. Lo que cuento a continuación sucedió en las montañas de Colombia y, más específicamente, en las de Norte Santander, donde ríos, como El Martillo, le imprimen una belleza casi indescriptible a la selva y poblados como La Playa le dan contexto de hermosura arquitectónica.
Así narré, dedicado a seres especiales, la verdad en el libro “El ELN y la Paz en Colombia”, escrito en 1999: “Tenía 24 años sin ver ni saber a ciencia cierta de un compañero que tiempo atrás, convivimos juntos algunos episodios de la lucha política venezolana. Si confieso la verdad, lo hacía en Cuba o muerto. El mundo, por muy extenso y complejo que sea, está hecho también de sorpresas y azares, muchos agradables y muchos desagradables.
Un día, estando trabajando con Chiqui en el computador en el campamento que el tío Sabino había ordenado equipar para que cumpliéramos la función de escribir en las propias montañas el libro “El ELN y la Paz en Colombia”, observé que llegó un hombre de edad y le pregunté a Chiqui: ¿Ese es el viejo que están esperando de Bogotá? Nada me respondió y salió a recibirlo mientras me quedé trabajando en lo que me correspondía.
De pronto escuché unas palabras que me parecían extrañas para el colombiano y el venezolano de hoy, pero muy comunes para los pertenecientes, como jóvenes, a la generación de los sesenta. Dijeron: “Zamora y su Guerra Federal… La famosa batalla de Santa Inés”. Inmediatamente concentré la atención en la persona que había llegado por, además, el timbre de voz que me pareció conocido. Mi sorpresa fue grande al reconocerlo y al abrazarnos me pareció por un instante que me había olvidado del resto del mundo y sentí que el latido de ambos corazones era uno que hace tiempo se unieron para no separarse jamás. Era ese viejo camarada venezolano, eterno internacionalista, inclaudicable combatiente latinoamericanista, irreductible Quijote y Sancho al mismo tiempo de muchas aventuras sensacionalistas y revolucionarias, inquebrantable jugar de la libertad y del hombre humilde y sencillo que cada día enriquece su banco de conocimientos y empobrece sus condiciones materiales de vida. Eduardo Galeano sostiene que la “… justicia y la solidaridad han sido condenadas como agresiones foráneas contra los fundamentos de la civilización occidental y, sin pelos en la lengua, se ha dejado bien clarito que la democracia tiene fronteras, y cuidado con pisar la raya…”. Pues, ese viejo, más viejo que yo, que ya dejó de ser venezolano para ser latinoamericano, tampoco ya es “civilizado” porque es todo construido de internacionalismo, y ya no es un soñador nacional porque “viola” fronteras para ejercer la solidaridad revolucionaria… ¡Se pasó de la raya!
Desde su llegada hasta el día que nos separamos cuando el tío Sabino me envió a otro campamento para que pasara unos días con Guillermo, fue una interminable y fructífera conversación. Si algo se nos escapó de los recuerdos que revivimos, serían esas cosas que por insignificantes la memoria no decide prestarles espacio para que se conserven. Recordó a Margot con mucho recuerdo y cariño como yo recordé a Violeta con respeto y cariño.
Está más viejo que yo, sin duda alguna, pero reconozco más comprometido con la causa revolucionaria internacionalista y es de esos que nunca miran para atrás y buscar en esas razones superfluas, un permiso para abandonar la lucha. Mientras más viejo, se hace más radical en su perseverancia revolucionaria; mientras más viejo, más convicción le fortalece su espíritu internacionalista; mientras más viejo, más se arriesga por la causa emprendida y comprometida; y mientras más viejo, más se aleja de esas normas y argumentos pequeñoburgués, que mal conducidos y aplicados, terminan por abrazar al revolucionario y convertirlo en un vocero de ideas revisionistas o simplemente de un reformismo que se conforma con las migajas que ofrece el capitalismo a todo aquel, veterano, que concluye sus días renegando de su retrato anterior.
Y ese viejo, más viejo que yo, no ha permitido que ninguna geografía tradicional le robe su espacio de acción revolucionaria, que ninguna economía imperial le robe la riqueza de su pensamiento revolucionario, que ninguna de las diversas historias oficiales le robe su memoria revolucionaria y que ninguna cultura formal le robe su palabra revolucionaria.
A ti, viejo Marcelo, que eres más viejo que yo, mi eterna admiración, mi infinito cariño, mi más cordial afecto y expreso que es un gran orgullo para mí, tenerte como hermano, compañero, amigo y camarada. ¡Que Dios te salve de cualquier pecado maligno que intente, por emboscada o por asalto, quitarte la vida, y que Fidel –porque eres fidelista en todos tus puntos y rayas- te ilumine siempre con ese ideal martiano y marxista y bolivariano invencible de hacer revolución de pueblo para el pueblo”.
Así narré ese encuentro. Luego de separarnos, eso fue en 1999, logramos comunicarnos unas pocas veces por correo electrónico a través de una camarada colombiana. En el 2002, cuando hubo un intento de crear un Frente Internacionalista de venezolanos para luchar en territorio colombiano como un gesto de solidaridad proletaria, recuerdo que se le propuso al viejo Marcelo fuese su responsable militar. La idea no cristalizó porque cambiaron ciertas circunstancias concretas. El golpe de Estado que derrocó al camarada Chávez que no fue capaz de sostenerse cuarenta y ocho horas en el pode, hizo que se desistiera de aquella idea y naciera el EPA. Después, perdí todo contacto con el camarada Toro Torres, el viejo Marcelo como se le conocía en el ELN. Por eso, me quedé sorprendido y mucho me dolió cuando conocí de su muerte en territorio venezolano y, más específicamente, en Cabudare. Quizás, el también muy querido camarada venezolano Moro, tenga mucho más material para escribir sobre la vida y obra del camarada Toro Torres. ¡Hasta siempre a los camaradas Marcelo y Salitas!