“Perro que ladra, no muerde” porque sencillamente da un cordial preaviso. “La violencia es el arma de quien no tiene la razón”. Tales valiosos y arcanos prejuicios muy populares pertenecen al argot del “arte de la guerra”.
¡Cuántas veces!, el recordado y honorable señor Gaviria[1] casi nos obligaba a maltratarlo de viva voz, a hacerlo delante de nuestros propios hijos y mujeres, a que perdiéramos los estribos y se nos saliera la clase oculta que solemos disimular bajo el ropaje de palabras bonitas, de vocabulario refinado y cargado de frases que nunca llegan al grano ni concretan nada, pero que milagrosamente y en dos platos culminan en los más sorprendentes pacíficos y necesarios arreglos entre civilizados. Recordemos esos informes gavirianos por sus circunloquios propios de todo profesional de la Diplomacia[2] o arte de decir las cosas de la manera más respetuosa posible, por eso son una de las profesiones y encomiendas más delicadas, más altruistas y más apreciadas en toda la vieja Tierra.
La lucha social que hoy confrontamos es desigual de partida, es una lucha entre quienes todo lo han tenido y quienes no han tenido nada, o casi nada en el mejorcito de los casos. Por eso debemos hacer un esfuerzo revolucionario para que aceleradamente moderemos nuestro vocabulario, que no respondamos ni de palabra con la misma violencia que nuestros antagonistas suelen aplicar.
Somos personas pacíficas, casi nunca hemos tenido fortunas que perder, salvo nuestras propias vidas incluidas las de nuestros hijos, y por eso intuimos y respetamos nuestros desventajismos frente a la Naturaleza y frente a quienes infatuada, pero racionalmente, nos lucen arrogantes por su poder económico, aún a sabiendas de que toda riqueza, no importa en cuáles bolsillos se halle, es propiedad nata de los trabajadores ya que sencillamente quien no trabaja no puede tener riquezas que vayan más allá de la cesta básica, por lo menos, no podría por vías legales ajenas a la opresión de unos sobre los más débiles.
Yendo al grano: El vocabulario cotidiano está lleno de denuestos[3] acumulados por todos nosotros y heredados de muchos siglos de convivencia social. Estos denuestos salen casi automáticamente de nuestras bocas cuando nos hallamos disgustados, cuando queramos ofender, cuando deseamos el mal de los demás; Todos ellos son una genuina y primitiva forma de dialogar muy apartada del civilizado lenguaje diplomático.
Invitamos a las partes, a todos nosotros, a que cuidemos nuestro lenguaje cada vez que nos toque dialogar frente a frente, directa o indirectamente. Por ejemplo, la palabra revolución es una provocación en sí misma; la palabra revolución sale sobrando cuando su significado, cuando las acciones que tomemos para ejecutarla la representen. Revolución es praxis, no es teoría ni retórica.
Nadie en está dispuesto de buenas a primeras a tolerar que le cambien sus hábitos de vida. Se usa en frivolidades como las modas en el vestido, calzado, perfumes y otras mercancías de lujo: Se usa mucho en materia del desarrollo de las Fuerzas Productivas, pero esos empleos han estado dirigidos a desprestigiar “diplomáticamente” el significado de lo que esa voz contiene cuando se trata de luchas o batallas sociales. Otro ejemplo, la voz fascista no debería usarse contra personas que cometan algún delito; limitémonos a aplicar los castigos legales correspondientes a través de los órganos competentes y en la oportunidad más conveniente. Todo lo demás es un despilfarro de nuestras acciones, y no sigamos despreciando esa gigantesca y valiosa arma blanda que representa el lenguaje propio de la Diplomacia.
[1] Embajador y heraldo vespertino de la hermana Colombia durante aquellos aciagos días que no quisiéramos recordar.
[2] Política, disimulo, habilidad, astucia, maquiavelismo, según acepciones de acreditados léxicos internacionales.
[3] Se trata de palabras feas con las que solemos reaccionar frente algunas ofensas recibidas no necesariamente expresadas con otras groserías o violaciones, cuando queremos hacer justicia por los daños morales o materiales que hayamos sufrido de terceros, cuando sufrimos algún tropiezo inesperado, cosas así.
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