CELANESE, empresa situada en los terrenos hoy ocupados por un Mall al este de Valencia, al borde de la autopista, fue el segundo centro de acopio de plusvalía donde trabajé como asalariado.
Allí fungí de medidor del pH y de otras variables de la mezcla de químicos licuados usados para la fabricación de tejidos sintéticos o celulósicos-de allí su marca de fábrica. A la sazón, yo seguía con minoría de edad.
Me entrenó para ello el Químico Betancourt. De sus enseñanzas recuerdo la lección referida al lavado de las probetas correspondientes a las diferentes muestras tomadas durante mi jornada.
Era muy importante lavarlas bien con agua sometida a enérgicos movimientos y varias veces en cada toma ya registrada. Le pregunté sobre cuántas veces bastarían para un buen lavado y quedó pensativo durante unos 5 segundos, aprox., en señal manifiesta de su sorpresa. Hecha esa pausa, me sugirió con duda no menos manifiesta que lo hiciera 3 veces. Pasó el tiempo y cuando me especializaba en Estadística y ejercía como tal, supe que el número 3 era una suerte de parámetro que daba cuenta indistintamente de muchos fenómenos. Por ejemplo, los toques sobre una puerta en señal de visita:
Efectivamente, si uno oye un solo toque, muy probablemente lo atribuya a alguien que pasaba por allí y le provocó golpear dicha puerta, o de un niño que así lo hizo accidentalmente. Si los toquidos fueran 2, entonces se trataría de un típico mamador de gallo: tocaba y salía corriendo. Pero, en caso de 3 toques bien deslindados entre sí no habría duda de que alguien llama a mi puerta.
“A la de tres, va la vencida”, reza un viejo proverbio. Las tríadas son muy frecuentes en las partituras musicales, cosas así. De 3 en 3 se mueven los números pares mediados por un impar, y viceversa.
De esa empresa, me vi obligado a renunciar al cabo de los primeros 8 días. Ocurrió que, como les es tan suyo a la mayoría de las empresas burguesas inescrupulosas y también a las no tanto inescrupulosas, de mi paga quincenal, ya de por sí minimizada, me descontaron 2 cuotas completas por concepto de Seguro Social Obligatorio. Les reclamé y me dijeron que se trataba de normas contables ya que yo había operado durante más de una semanita. Les riposté que bajo esas normas no podía seguir trabajándoles.
La primera fábrica de plusvalía donde hice mis correspondientes aportes fue en los telares fundados por Don. Ernesto L. Branger. Allí trabajé como asistente de Contabilidad. Entre mis ocupaciones estaba la del registro de la producción métrica semanal de las diferentes telas ya terminadas. Esta tarea la desempeñaba todos los viernes en cuya tarde ya debía tener el informe completo de producción, listo parta la valija que se mandaba a Caracas donde se hallaba la Gerencia de ventas.
Para levantar el informe, luego de recoger in situ la data correspondiente, me habían entregado una guía, o sea, un flujograma numérico repleto de enrevesados algoritmos, pero, bastaba colocar determinados datos en casillas abiertas para realizar las correspondientes operaciones aritméticas involucradas.
Al cabo de las dos primeras semanas, analicé bien aquel laberinto numérico y reduje las operaciones en un porcentaje nada despreciable; les hice un nuevo mapa operacional; se quedaron con él. Ignoro todavía si lo aplicaron, o lo archivaron por inconveniente. La contabilidad burguesa no tiene nada de científica, habida cuenta de que cada empresa tiene su particularísima “manera de matar pulgas.”
Este anecdotario burgués continuará.
marmac@cantv.net