Es cierto, a la ciencia y un revolucionario, la crítica les es ineludible. En esos espacios es una obligación o para decirlo con un muy viejo lugar común o locución latina, es un comportamiento “sine qua non”. Latinismo que solíamos usar cuando estábamos en los últimos años del bachillerato como para enjuagarnos la boca.
Pero pareciera que en veces creemos que a determinados personajes o circunstancias, “ni con el pétalo de una rosa”. Aunque se trate de quienes toman fundamentales decisiones, tienen una enorme responsabilidad o de procedimientos que parecieran a ojos vistos inadecuados. Por supuesto, eso tiene un fin, porque los hombres, no siempre hacemos las cosas a lo loco.
Se da el caso, que quien hace críticas, como “me parece que deberíamos constituir una dirección colectiva que tenga competencia sobre el gobierno”, origina o atrae sobre él toda la furia de Júpiter, expresada en diversas figuras. Entonces, en lugar de responder a lo criticado con sensatez y pedagogía, se opta por agredir al osado que se le ocurrió decir aquello u otra cosa. Peor y más afincada será la respuesta si a la crítica usted le anexa un nombre, aunque crea tener toda la razón del mundo y hasta ésta no le falte.
Está muy bien, me parece un pertinente llamado de atención, cuando Roberto Hernández Montoya, en su artículo “Contradicciones”, nos llama a poner interés en destacar la buena acción gubernamental; que no es un llamado a evadir la crítica sobre el proceso, sino trabajar en ambos sentidos.
Pero está muy mal, cuando alguien denuncia lo que cree contrario al interés del proceso, se blasfeme contra él y califique de infiltrado, potencial salta talanquera y paremos de contar. En este caso no me refiero a lo dicho por Maduro sobre intelectuales porque no señaló nombres y no sé de qué y quiénes se trata.
Aunque es peor el comportamiento de aquellos que juzgan con dureza, inflexibilidad alguna acción gubernamental, pero se escudan, desbordándose en elogios a quien o quienes, sin quererlo o no, sin estar conscientes o no, son los responsables de ella.
La reunión de Maduro con los empresarios de Polar y otros, los acuerdos allí alcanzados, resultaron de una realidad no evadible, dentro de un marco histórico concreto y unas relaciones predominantes. No me atrevería sembrar dudas acerca del comportamiento del gobierno en esa circunstancia; menos sin analizar lo que ha venido sucediendo tiempo atrás. Lo que llevó a Maduro a esa mesa de conversaciones, no es resultado de los pocos días de su gobierno. Tampoco, es saludable buscar culpables. Eso sucedió y frente a esa realidad hay que moverse. No se puede hablar de eso en lenguaje confuso y hasta sugerente como algo por lo menos diabólico.
No obstante, hay críticos que no tienen la mala suerte de quien asume con entereza sus críticas sin usar burladero. Como esos críticos que califican aquella reunión con Lorenzo Mendoza y otros empresarios, como una suerte de concesión o conciliación innecesaria con los capitalistas allí representados. Pero mientras eso dicen, presentan el asunto como que el Presidente Maduro nada tuviese que haber visto con la reunión y hasta lo acordado, sino otro siniestro personaje a quien no se identifica. Esto suelen hacer, cuando al final de sus artículos, por lo general, después de haber hecho su confusa crítica, declaran su inquebrantable e irrenunciable fe en el presidente Maduro.
Ese jueguito, lo practicaron incesantemente en vida de Chávez y, todavía no acabo de entender cómo, les fue tan bien.
Es cosa de estilo, que no parece ser muy hábil porque uno que no es nada inteligente lo percibe, no obstante ha pasado desapercibido y hasta ha logrado muy buenos aplausos.
Pero prefiero el estilo de Nicmer Evans, aunque alguien crea ver en él un advenedizo, porque plantea su crítica para no confundir y llamar la atención a quién corresponda. Ese proceder, no significa en ningún caso que quien crítica hace mal, porque si bien todos estamos obligados a criticar, también todos debemos ser objeto de la crítica.
Si yo pensase que Maduro hizo mal en reunirse con Mendoza y haber llegado allí a los acuerdos que llegó, no sólo lo diría, sino que dijese sin dudas que “el presidente Nicolás hizo mal”. Me avergonzaría de juzgar el hecho como contrario al interés revolucionario, aunque sea una pequeña cosa, pero al mismo tiempo de hablar de manera confusa como si aquello es culpa de un tercero que ni siquiera allí estuvo, para terminar manifestando que “estoy resteado o hasta la pared de enfrente”, con quien critico. Sobre todo si eso se hace de manera reiterada.
En nuestro habitual lenguaje, ante eso se suele usar una palabra que en este momento se me olvida.