“Juro, frente a esta Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, absoluta lealtad a los valores de la patria, absoluta lealtad al liderazgo del comandante Hugo Chávez. Juro que defenderé, esta Constitución, nuestra democracia popular, nuestra independencia y el derecho a construir el socialismo en nuestra patria…”
Los camaradas que nos juramentamos simbólicamente el 10 de enero en nombre de nuestro Comandante Presidente Chávez lo hicimos llenos de emoción y de compromiso con la nueva etapa del proceso revolucionario. Emoción y compromiso que crecieron en intensidad y firmeza en el Fuerte Tiuna y en el Cuartel de la Montaña. Emoción y compromiso que no podemos tirar a la basura por estar en desacuerdo con decisiones tomadas o dejadas de tomar por el Gobierno en materia económica y comunicacional.
Confiando en la “opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta y total” de nuestro máximo líder, llevamos a Maduro a la Presidencia, aun cuando para muchos era quizás el más desconocido entre los distintos líderes crecidos alrededor de Chávez, por haber estado dedicado esencialmente al desarrollo de nuestra política exterior.
Juramos con él, lloramos con él, lo elegimos confiando en nuestro Comandante Eterno y ahora tenemos que acompañarlo. Es de suponer que fue electo entre varios porque estuvo de acuerdo con la dura autocrítica y el “Golpe de Timón” exigido por Chávez en el “I Consejo de Ministros del nuevo ciclo de la revolución bolivariana”. Es de suponer que Chávez, quien lo conocía mucho mejor que nosotros, lo creyó capaz de dirigir la revolución política y el cambio cultural requeridos para agilizar la transición al socialismo. Lo creyó capaz de facilitar el desarrollo del poder popular y de democratizar la base productiva del país, evitando avances y desviaciones capitalistas que “nos convertirían de nuevo en la colonia que éramos”.
Maduro no la tiene fácil, no es Chávez ni pretende serlo y tiene que desarrollar su imagen y estilo propio en medio de un ambiente agresivo, inhóspito y muy exigente. Debe enfrentar a un imperio herido que ve en los recursos de los países del Sur el remedio para su crisis y debe enfrentar una dirigencia opositora nacional embrutecida y enloquecida pero poderosa. Además debe identificar a la quinta columna que pretende desviarlo de su propio juramento, debe aprender a manejar hábilmente a los “fieles colaboradores” que consciente o inconscientemente tienden a aislarlo de su pueblo y debe evaluar y considerar las críticas mal o bien intencionadas que recibe.
Quienes lo acompañamos tampoco la tenemos fácil. Por encima de nuestras diferencias, estamos en la obligación cumplir y hacer cumplir el Juramento y estamos en la obligación de enfrentar unidos los embates de del capital sionismo internacional y sus cipayos.