….”Y aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral”. Walt Whitman, Canto a mi mismo.
A tres meses de la partida del Comandante Supremo:
Chávez no es una ausencia, una carencia en el seno del pueblo. Chávez es pueblo/pueblo en su propio seno. No es una nostalgia. Chávez está aquí y ahora, como propuesta de un proyecto histórico y político de largo alcance histórico. Programa de la Patria. Líneas de acción concretas, pero abiertas a las oscilaciones, cambios, vicisitudes y transformaciones del momento político, al manejo activo de la incertidumbre y la complejidad al rojo vivo como componentes inseparables del pulso político, pero con grandes brújulas para vislumbrar el porvenir y el por hacer. De allí su papel, de punto de convergencia de corrientes de pensamiento y de movimientos políticos y sociales de lo más progresista del momento político actual.
Una nostalgia en cambio, inmoviliza, hace de Chávez un ser ausente e inalcanzable por el pueblo/pueblo. Lo petrifica… Le crea al pueblo una indigencia, un “guayabo” en el pecho, nunca reparable en ningún sentido. Y esta ausencia depresiva, lamentablemente, la puede ocupar el fantasma anti-Chávez del fascismo. El manejo del legado de Chávez, nunca puede olvidar que la cultura que nos domina es simplemente, una cultura de evasión, que siempre está en el pasado o en el futuro. Pero nunca tiene los pies puestos en el presente vivo y concreto. O cae en el presentismo ingenuo, para no aprender de los aciertos y errores del pasado y no encontrar desde el aquí y ahora, las claves del futuro.
La nostalgia olvida que Chávez, como Túpac Katari, regresó hecho millones, hecho pueblo/pueblo. Como los Guaicaipuro. Encarnado en un proyecto de país y de continente. Hecho Abya-Yala…
Un Chávez hecho sólo dolor y nostalgia sería convertirlo en opio del pueblo, en factor de adormecimiento y de inmovilización, herida incurable, en factor de despojo de la mismidad de nuestros pueblos, sociedades y culturas. Por el contrario: Chávez es chispa que mueve y libera, que rompe ataduras. Es mito-motor, al mismo tiempo propuesta de país y de continente ante los actuales retos del momento histórico. Como mito en la historia, expresa en él como figura y en su proyecto colectivo, lo más ancestral y originario de nuestros pueblos y culturas y al mismo tiempo, lo más contemporáneo, del presente histórico en la actual coyuntura política.
Desde nuestro presente, Chávez es enlace y comunión de todos los tiempos de nuestra historia, de todos sus pueblos y culturas que han participado en la conformación multiétnica y pluricultural de nuestra nacionalidad venezolana y de nuestras nacionalidades indo-americanas y caribeñas.
Veamos, por ejemplo: Chávez no dejó a Bolívar en la frialdad de las estatuas y acartonado en los discursos oficiales. Por el contrario, lo bajó de las estatuas, lo puso a la altura del pueblo/pueblo. Su discurso lo hizo carne y hueso, le dio espíritu y movimiento a sus proyectos históricos inconclusos, de integración, independencia y soberanía, de búsqueda de la Patria Grande y el pueblo siente que su espada camina por América Latina. Patria Chica y Patria Grande se hicieron piernas distintas y complementarias de un mismo cuerpo político y social. ¡Al fin tenemos Patria! exclamaba. Y pase lo que pase, seguiremos teniendo Patria. ¡Ahora Bolívar, no anda solo por la historia!. Entendió con Martí, que Bolívar tiene mucho que hacer en América todavía. Con Neruda, despierta cada 100 años, cuando despierta el pueblo.
Hugo Chávez ha sido así y será, mito-motor de una propuesta política, de un proyecto de largo alcance histórico. Por eso exclamó siempre: yo no soy yo, yo soy un pueblo. Tu también eres Chávez. Yo soy Chávez. Todos somos Chávez. Como mito-motor de un proyecto histórico, Chávez moviliza, estremece, camina con el pueblo en el pueblo mismo y con nuestras Fuerzas Armadas en la calle, hecho pueblo uniformado, en una firme y contundente unidad cívico-militar de una revolución pacífica, pero no desarmada. Chávez es legado inquebrantable, de espíritu ecuménico y de convergencia de intereses de los pueblos por sus causas comunes de altas miras. Frente a un enemigo común: el imperialismo y el gran capital transnacional que acaban con el planeta.
Chávez es denuncia permanente de los nuevos y viejos Caballos de Troya en nuestro continente. Los Páez y los Santander de ayer y de hoy. Los Sarmiento y Alberdi en el Cono Sur. El restablecimiento del lugar de nuestros Libertadores, siempre pisoteado y desconocido por nuestras oligarquías, la Europa imperial y la Norteamérica imperialista.
Chávez es bolivarianismo insurgente, indianidad revolucionaria y protagónica, afroamericanismo y cimarronaje, indodescendencia invisibilizada todavía en las grandes mayorías de la población, teologías de la liberación, catolicismo y protestantismo hecho sal de la tierra, marxismo crítico al encuentro del siglo XXI, feminismo y liberación, ecumenismo de los pueblos en busca de un proyecto común de largo alcance histórico. Inventamos y erramos por el socialismo del siglo XXI. Apertura a la interculturalidad y a las filosofías y antropologías de la liberación. Por la búsqueda de la máxima felicidad posible y el entronque ecosocialista con las filosofías indias del Buen Vivir. Aunque esto último quedó apenas en el boceto de su pensamiento-convergencia, dado el problema estructural y las limitaciones del modelo económico estrativista.
Mito-motor, en la historia, desde la historia y en nuestras sociedades, pueblos y culturas. Proyecto histórico y social de largo alcance. Acción política concreta del aquí y ahora en una democracia participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural. Abanico abierto a la construcción progresiva de la fraternidad ecuménica e intercultural. Donde la conciencia de clase, nunca está separada de la conciencia etnohistórica y social.
Y como decía un borrachito en Guayana: “Es que Chávez es Chávez, porque Chávez es pueblo”.
