Indignarse
Raúl Bracho.
La indignación no me recuerda a más nadie que al Che Guevara, quien era la indignación ante lo injusto hecha guerrillero, hoy la indignación pareciera que se convirtió en mercancía, en un nuevo producto usado por el más sofisticado aparato fascista.
Los Boeing sobrevuelan las favelas, desde el cielo son luces arrumadas en cerros, la tele constante sigue vendiendo champús y ofertando sus miserias capitalistas, bellas parcelas y apartamentos, modelos de ropa y de consumos, cosméticos y basuras. Abajo, en el cerro, en la calle, a pie, está la mujer y el hombre atrapados en la miseria indignante ante ese mundo inaccesible de confort y de consumo que le ofertan.
Muchas veces me preguntaba por qué perdura un modelo tan injusto de sociedad, como podría hacerlo si su resultado son seres humanos tan infelices e indignados. ¿Si éstos son la mayoría de esta tierra, de la sociedad?, ¿de qué forma prevalece ese poder infernal del capital? Quien tiene algo de dinero inmediatamente piensa de forma contraria, matemáticamente sucede. El dinero y su avaricia compra las conciencias y el ansia de tener más se desata en una indignación un tanto extraña que pareciera indignarse contra ese capitalismo “soñado” que lo traiciona y desnuda, antes que en la nueva sociedad.
Comprar y vender, poder de comprar, poder de ser, dentro de la infernal maquinita del capitalismo. La conciencia sometida a los designios del ser en su relación de capacidad de consumo, eso es lo que mantiene, al maldito capitalismo que le da voz a quien lo disfruta siendo su esclavo y que muta, calla e invisibiliza a quien cae ante su mortal ecuación: para que alguien sea rico, muchos otros tendrán que ser pobres.
Indignarse es lo común entre los pobres, es la costumbre de decenios de dominación, los pobres viven en la indignación desde que son pobres. Esa indignación nunca tuvo valor sino en las revoluciones, su cúmulo aterrador derrumbó gobiernos y sistemas que desgraciadamente solo sirvieron para dar paso a nuevas y más sofisticadas formas de dominación. Así el fascismo se reedita en nuestro continente con su maraña de mentiras y de líderes mentirosos, de tuiteros manejados por Carlos Slim desde su búnker en México para salir a tomar las calles y desestabilizar los gobiernos medianamente progresistas de las revoluciones pacíficas, con una indignación que realmente me indigna.
Indignarse en este siglo de arremetidas mediáticas, podría terminar en la utilización de la indignación en una vuelta a gobiernos pasados y retrógrados, en la llave de regreso para las peores pesadillas gracias a las “bondades” de faceboock o Twitter. Indignación donde las fuerzas naturales del descontento son matemáticamente manipuladas por algunos operadores de las redes que logran de forma insólita manejar a las grandes masas y llevarlos a las calles sin dirección política aparente, ¡ojo! gran peligro y estocada fascista.
Los indignados no son sus propios dueños, son una manipulación cibernética. En Europa no claman un mundo nuevo, reclaman lo que les ofreció el capitalismo y no les cumplió, quieren el resort y la congeladora repleta de chatarra, su auto de último modelo, su tarjeta de crédito y su traje ejecutivo, su salario infernal, más no quieren, en su mayoría, saber nada del socialismo. Es una nueva forma de dominación, de drenaje de descontento y de desvío de las fuerzas que deben tener la capacidad de subvertir y transformar la sociedad.
Así se obligó hace horas a Dilma en Brasil a restituir el precio del pasaje, pero que hay detrás??? ¿Qué viene ahora?
Indignación sin conciencia de clase, no es indignación capaz de cambiar sociedad alguna.