Aquel 5 de julio, hace ya 202 años, el primer Congreso Nacional surgido como síntesis del acumulado popular de lucha por la independencia y contra la opresión e hijo de los hechos del 19 de abril de 1810, decidió de manera oficial declarar la independencia de la Capitanía General de Venezuela de la metrópolis española.
Este hecho constituía de facto la declaratoria formal de guerra contra España, enfrentamiento que conocemos como “La Guerra de Independencia” y que se extendería por un lapso de doce años hasta el último enfrentamiento militar por esta causa ocurrido en 1823 en el Lago de Maracaibo escenario de la memorable Batalla Naval del mismo nombre.
Estos heroicos actos son parte fundamental de nuestra historia patria cuyo antidialéctico abordaje por parte de la historiografía oficial, aunque es justo reconocer ciertos avances en el marco del actual proceso político en relación a la superación de esta deficiencia, los han desvinculado de nuestra memoria colectiva integral que facilitaría en mucho la comprensión de situaciones y contextos actuales en Venezuela y en el mundo; en definitiva, estos hechos son presentados de manera mecanicista sin conexión aparente ni con el pasado y mucho menos con el futuro de nuestra república quitándole así su potencial contenido revolucionario.
La independencia, tanto como la libertad, no pueden ser conceptos abstractos desprovisto de lo que Marx llamaba “terrenalidad”; por el contrario, ellos como anhelo histórico de la humanidad obedecen y responden a planteamientos concretos y coyunturales y por tanto terrenales. Cuando la humanidad ha dicho libertad, independencia, igualdad casi siempre está queriendo decir, pan, tierra, justicia y vida digna.
Hoy conocemos, con suficientes pruebas históricas que así lo confirman, que esos conceptos no pueden ser alcanzados y materializados sin una profunda transformación del modelo económico-productivo sobre los que se asientan los obstáculos que impiden hacerlos realidad cotidiana.
Y hoy más que antes sabemos que no habrá ni igualdad, ni justicia, ni fraternidad, ni libertad mientras la sociedad esté dividida en clases antagónicas enfrentadas en una cruenta lucha: de un lado un grupo minoritario aprovechándose del trabajo ajeno para vivir derrochando un inhumano lujo y del otro lado el grupo que lucha por no dejarse quitar la riqueza que produce.
Por eso es que a pesar de todo el heroísmo y abnegación de nuestros próceres, conocidos y desconocidos, en la Guerra de Independencia; a pesar del descollar de genios políticos como Bolívar con aportes anticolonialistas adelantados para su época y que mantienen plena y revolucionaria vigencia como la advertencia sobre el ulterior papel de los estados Unidos de Norteamérica sobre las nacientes repúblicas latinoamericanas y su consecuente desarrollo como imperialismo, a pesar de todo esto el no haberse planteando la transformación de la forma económica de la época, y mucho menos de su fondo, la independencia política devino en aprovechamiento de la conquistada independencia en beneficio de las castas nacionales, antiguas y emergentes, y no del pueblo que luchó por ella. (Desde siempre las oligarquías criollas vieron en la “Independencia” una ventaja y por ello la promovieron y acompañaron).
Hasta el propio Libertador Simón Bolívar terminó siendo víctima de las oligarquías colombianas y venezolanas.
Ahora, cuando celebramos con sobrada razón 202 años de nuestra independencia de España, es propicia la fecha para recordar que esos hechos son ejemplo vivo de lo que pudiese acontecer con el actual proceso de liberación nacional que transitamos si el mismo no inicia una verdadera y profunda transformación del modelo económico venezolano y del capitalismo en el que se basa.
¡En el capitalismo toda independencia es efímera y transitoria!.