El líder no es igual a nosotros

Las relaciones de estado y entre los estados, no siguen la misma dinámica
ni responden a la misma naturaleza que aquellas de los simples
particulares. Es un error garrafal, lamentablemente bastante común, que al
establecer patrones de comportamiento individual, se pretenda que ellos
sean también extensibles acríticamente a la sociedad como un todo, a su
cultura y al compendio de sus reglas y leyes. Es más que evidente que la
suma de las partes no constituye necesariamente el todo. Esto es
especialmente importante, cuando se trata de entender el papel del estado
y la encarnación del estado en un hombre: el líder.

Maquiavelo, en su monumental obra “El Príncipe”, no inventó la maldad.
Diseccionó, a mi modo de ver con un estilo impecablemente científico,
frío, metódico, y por ello erróneamente catalogado de cínico y desalmado;
el cadáver ultrajado, violado, acuchillado y terriblemente mutilado de la
moral humana. No creo que haya hecho una apología de la traición, de la
hipocresía, o de la toma del poder, como un ejercicio infecundo de una
realidad fantasmal y onírica. No. Muy por el contrario: estudió, sin
complejos, dejando la moral y la ética personal de lado, un asunto de
vital importancia para la vida del hombre en sociedad: el poder. Esa
fuerza misteriosa que permite que ocurran las cosas, pero que destruye con
saña implacable a quien no logre entender la naturaleza y los fenómenos
que ésta desata.

Si me pidieran una definición sumaria - y por tanto arbitraria, limitada y
grosera – del concepto de política, no dudaría en estos momentos en
definirla como el arte de hacerle creer a otros lo que deseo que éstos
crean. Si lo desean así, efectivamente, constituye toda una manipulación.
Tanto como es una manipulación el propio arte de la enseñanza: se trata,
ciertamente, de “guiar” al alumno a que llegue a las mismas conclusiones
que uno ha llegado con anterioridad. Eso suena espantoso, pero real. ¿Cuál
constituye, entonces, la diferencia entre manipulación y enseñanza? La
misma que podría existir entre los conceptos de justicia y venganza: la
legitimidad

En el caso de la justicia, se trata de una “venganza legítima”, que la
sociedad, como un todo, le inflige al individuo que quebrantó sus reglas.
La venganza en cambio es repudiable porque es “ilegítima”; esto es, ciega,
de carácter individual y privado, profundamente egoísta y no
aleccionadora.

Digo todo esto, para poder concentrarme en lo esencial de este artículo:
el papel de Chávez como líder, y su manera de actuar ante el periodista
Walter Martínez.

Una característica de Chávez, y que lo hace tremendamente efectivo, es que
no se deja acorralar, ni manipular, ni maniatar por periódico, periodista
ni canal alguno. Independientemente de la cercanía o lejanía que éste
tenga con él, sencillamente el Presidente jamás se lo permite.

A Chávez no se le pueden imponer condiciones, cree profundamente en sus
percepciones, y no tolera, sin excepción, que nadie lo domine, ni
afectivamente ni políticamente. Es el prototipo del líder nato, cuyas
intuiciones acerca de lo que le conviene al pueblo, inclusive si ese
pueblo en un determinado momento no entiende sus acciones, está por encima
de cualquier otra consideración. Por eso su enorme responsabilidad y
soledad.

El líder debe saber traducir las opiniones de los individuos que componen
el pueblo, pero que evidentemente no pueden hablar jamás en nombre de ese
mismo pueblo. Debe saber discernir entre la conveniencia de las elites que
desean ser escuchadas, y los reclamos legítimos del pueblo. Porque el
chavismo ha conformado, también, una elite de intelectuales, pensadores,
políticos, periodistas, líderes comunales, sindicalistas de base, y toda
una serie de individuos que, estén conscientes o no, conforman el nuevo
liderazgo de la nación. Yo, modestamente, conformo también esa nueva elite
que quiere ser escuchada y ser protagonista de la historia de este país.

Sin embargo, no puedo hablar en nombre del pueblo. No puedo pretender ser
interlocutor o intérprete de los deseos profundos de ese pueblo, del cual
también formo parte. He ahí una de las enormes contradicciones que
encuentro en los medios de comunicación chavistas: quienes llaman a Radio
Nacional, o escriben en Aporrea, o tienen acceso a Internet, mayormente
censuran a Chávez porque “no oye al pueblo”, porque “Walter es un
excelente profesional”, o porque “el Presidente pide humildad y no la
practica”. Y yo me pregunto: ¿Es así como se pretende que Chávez conduzca
un estado, que se encuentra en una encrucijada histórica, con enemigos
implacables, astutos, poderosos y profundamente manipuladores? La
respuesta de Chávez a Walter Martínez, dentro de su estilo campechano y
directo, es la respuesta del jefe de un estado a un particular.
Especialmente cuando ese particular, con acendrado contacto con las masas,
en un acto de enorme torpeza política, cuestiona a quienes dirigen al
canal del estado, presentando sólo argumentos genéricos, que cualquiera de
nosotros bien podríamos también haber dado.

La furia de Chávez, no es el abuso de Lusinchi contra el periodista Luis
Guillermo García. No. Es la legitimidad del poder del hombre de estado
contra un representante de la elite comunicacional, que tendría que haber
medido mejor las consecuencias de sus palabras. Porque las palabras sí
tienen consecuencias, en esta guerra implacable que no admite pestañeos.
No es un vecino cualquiera que se disgusta con otro cualquiera, porque el
perro se orinó en su jardín.

La moral de los estados no corresponde, necesariamente, a la moral de los
hombres, ni se mide por cierto de la misma manera. Walter no es político,
Chávez sí lo es, y lo es profundamente. A la cabeza de la nación no puede
estar un timorato, un ambiguo, un indeciso, un ser cambiante que se aterre
porque tal o cual de sus amigos, conocidos o familiares, lo cuestione.
Debe tener fe en las cosas que hace y dice. ¿Es infalible entonces
Chávez?, de ninguna manera. Sus errores son, y han sido, de consecuencias
catastróficas. Pero ¿y sus aciertos?, enormes, históricos; inclusive
tomando caminos que la elite que lo rodeaba en su momento no lograba
visualizar, e inclusive lo combatía, solapada y luego abiertamente. Creo,
nuevamente, que esa elite se equivoca.

Creo en el olfato político de Chávez, y no de quienes pretenden sustituir
la voz del pueblo por la voz de quien escribe, de quien llama a una radio
o se retrata en un periódico. Eso es una cosa enteramente mediática. En
cualquier caso, si existiera un conducto, un puente, una ventana donde se
expresara el pueblo, como una sola voz, no dudaría que ese sería Chávez.


juancv@ula.ve


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Juan Carlos Villegas Febres


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