Cada vez que Pablo desaparece de la escena, lo que hace habitualmente, pese su “enorme peso político entre las masas y capacidad poco común para producir ideas novedosas”, uno inmediatamente sospecha que en algo trascendente anda. Por eso, uno espera que se materialice de repente, en cualquiera esquina, gritando eufórico “Eureka”, como Arquímedes. Sólo que éste, corrió por las calles de Siracusa desnudo de ropas, pero armado con la idea acerca de la densidad de los cuerpos. Mientras aquel reaparece, pero normalmente vestido de ropas, gritando “Eureka”, también como el griego, una y otra vez, cada cierto tiempo y con más y más ideas novedosas y sorprendentes. Aunque por incomprendido, después cuando las risas se diluyen, vuelve al tenebroso lugar donde reposa.
Si uno se arma de equilibrio o mejor dicho, hace el cuatro como demandan las reglas o de manera circunspecta, tiene que admitir que Pablo, desde hace mucho tiempo para acá, poco aparece, pero cuando lo hace, “siempre trae entre manos y hasta en ceja y ceja algo digno de admirar, aplaudir y hasta para provocar ajustes”.
Cuando muchos creímos “quizás” que Pablo estaba muerto o por lo menos andaba de parranda, una como para no volver, hace su aparición rutilante, atrae hacia él todas las luces, cámaras, micrófonos y la atención del mundo, para informar que solicitará a los organismos internacionales exijan a Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, no continúe ocultando la partida de nacimiento que hace de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, ciudadano colombiano.
Este grito de ¡Eureka! de ahora, sirvió para anunciar que ahora “viene por Maduro” y cuando Pablo regresa inesperadamente del mundo de los muertos, para anunciar que por alguien viene es un asunto peligroso. Pese a que no pudo con personajes menos importantes o rivales de menor peso como Andrés Velásquez y Henrique Capriles. Porque Pablo ha hecho, como política suya, aquella vieja idea que los muertos pueden regresar a llevarse con ellos a alguien del mundo de los vivos. Se cree como un Caronte, el de la Divina Comedia, que llevaba muertos al infierno, en su caso, lleva vivos al mundo de los muertos. Una triste manera de vengarse por su triste destino.
Haciendo gala de su habitual originalidad y olfato para acertar en la política, como cuando apeló a los artículos constitucionales 350 y 333, que le valieron “trascendentes victorias” y la creación de los movimientos 4D, con Miguel Otero, el de “El Nacional”, diario que pareciera ser ahora de Alfredo Peña, y 333, se apropió de un bodrio inventado por Cochez, aquel embajador panameño a quien Roy Chaderton sin exageración y más bien un tanto de conmiseración llamó patán, para aparecer de repente ahora de entre el mundo de los difuntos, precisamente estando los venezolanos en los umbrales de nuevas elecciones.
Como suele hacer, porque Pablo nunca le ha gustado estar en el mundo de los pendejos o sentado en la banca, donde para desgracia suya pareciera condenado, apunta hacia arriba, mientras grita desaforadamente ¡eureka!, y señala hacia dos presidentes. Es más, no pretende llevarlos a jefatura colombiana alguna, tampoco a la Registraduría Nacional de Colombia que declaró ilegal la partida exhibida por Cochez, sino a instancias internacionales, donde Pablo “se sabe figura respetada”.
Cualquiera tiene razón para solicitar las averiguaciones que le parezcan pertinentes, hasta Pablo. Aunque uno sabe que todo ese alboroto, apropiación de un “invento ajeno”, aunque sea un pereto, no tiene otro fin que intentar chupar todo el oxígeno que pueda para resucitar y apenas patalear para que en la MUD le den un pequeño espacio donde depositar su urna. Pero para darle lugar al reclamo o al favor “por amor de Dios”, de Pablo Medina, quien sea o mejor le corresponda, para no perder el tiempo, debe pedirle a éste una fe de vida.
Pobre Pablo, después de este revuelo que intenta provocar volverá al lugar donde estaba y cada vez sus regresos se harán más distantes. Pase lo que pase.
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