1. La inflación no es una distorsión de los mercados. Es una operación de transferencia de los ingresos y de la riqueza social desde un(os) sector(res) de la población hacia otro(s) por la vía del aumento de los precios. En lo fundamental, esta transferencia se produce desde los asalariados hacia los empresarios, pero también desde un fracción del empresariado hacia otra fracción de los mismos. O dicho de manera más clara: en la inflación se expresa la lucha de fracciones o sectores empresariales (en especial los más concentrados) por incrementar sus ganancias a costa del salario de los trabajadores (es decir, de la mayoría de la población) pero también con cargo a las ganancias de otros sectores empresariales en especial los pequeños, medianos y menos concentrados. Adicionalmente, tal y como ocurre actualmente en Argentina o como ocurrió durante el gobierno de Salvador Allende, la inflación se usa como herramienta de lucha política. Para presionar a gobiernos, imponer intereses o simple y llanamente conspirar desesperando a la población, desmoralizándola y atizando el odio en la misma al confrontarla entre ella. Es por este motivo que en los casos en que se le utiliza abiertamente como herramienta de lucha política el correlato es la escasez: es la condición necesaria para imponer la lógica de la sobrevivencia del más fuerte, que en este caso se expresa a través del que tiene más plata al momento para comprar o el que llega más rápido y se lleva toda la existencia en una especie de saqueo organizado. La inflación es el correlato económico del fascismo político.
2. Una de las primeras conclusiones que se pueden sacar de lo anterior es que no tiene mucho sentido seguir hablando de “inflación y escasez” cuando de lo que estamos hablando es de especulación, usura y acaparamiento. Pero la diferencia entre los términos no es solo nominal: es de sentido. En el primer caso, pareciera como si tales cosas ocurren de manera accidental y no deseada, más allá de la voluntad de los comerciantes quienes según las teorías dominantes se reducen a ser “tomadores de precios”, o en última instancia, reaccionan racionalmente ante las amenazas de la irresponsable intervención estatal. Pero en el segundo caso queda en evidencia el conflicto poder involucrado en la dinámica de la formación de precios. No se trata de accidentes ni de desequilibrios si no de prácticas deliberadas puestas en función de propósitos deliberados. Claro que cuando estas prácticas se producen tienden a reproducirse más allá de sus responsables inmediatos y se generalizan. De tal suerte, el pequeño o mediano comerciante afectado por los precios impuestos por el proveedor oligopólico necesariamente sube los suyos pues de los contrario correrá el riesgo de sufrir pérdidas. Pero también pasa que pequeños comerciantes especulan incluso muy por encima de las grandes empresas aprovechándose de sus vecinos y conocidos, tal y como somos testigos tanto en zonas rurales como populares pero también en zonas urbanizadas.. Esto último es uno de los efectos más perversos de las prácticas especulativas y acaparadoras como estrategia de captación de ganancias extraordinarias, y a su vez, una de las razones por las cuales es tan difícil combatirlas
3. El problema del aumento de los precios en nuestro país, así como los conexos de especulación y el acaparamiento, no podrán solucionarse satisfactoriamente, en términos justos y definitivos mientras no se cambie la manera unilateral e interesada de ver dichos asuntos, esta es: la teoría económica transformada en sentido común y expresada con distintos grados de intensidad tanto por ciertas izquierdas como por derecha según la cual dicho aumento de precios consiste en un problema inflacionario derivado particularmente de la intervención del Estado en el libre juego de la oferta y la demanda en medio de mercados que, por su propia naturaleza, tendería al equilibrio si se elimina dicha intervención. Dicho en otras palabras, lo que sostengo para el caso de la economía es lo mismo que todo médico (y también todo paciente) sabe que aplica para el caso de la medicina: si se falla en el diagnóstico necesariamente se falla en el tratamiento, de modo tal que se corre el riesgo no solo de no curar la verdadera enfermedad sino de agravarla al tiempo que se causan males secundarios debidos a la aplicación de un tratamiento incorrecto. En nuestro caso, el mal diagnóstico comienza cuando se habla de “inflación” para referirse al problema de los altos precios de los bienes y servicios. Y sigue cuando se afirma que dicho problema es causado por la intervención del Estado –bien controlando los precios, bien aumentando unilateralmente los salarios, bien subsidiando los productos o bien emitiendo dinero para aumentar ficticiamente la demanda (el clásico tema del Estado populista que “regala” el dinero a los pobres a través de becas, etc.)- en medio de una realidad que sería armónica de no mediar dicha intervención. El lugar del paciente más que “la economía venezolana” en términos abstractos aquí lo ocupan los consumidores (que a su vez son trabajadores asalariados en su gran mayoría, o pequeños productores y comerciantes que se ven espoleados por los más grandes) que deben cobrar mayor conciencia no sólo de que el conocimiento de los males que lo afectan es condición esencial para iniciar la recuperación y eliminar los padecimientos, sino que su papel debe ser más activo para que sea efectiva dicha recuperación.
4. El afirmar que la inflación se debe a un desbalance entre producción y consumo, siendo que este último sobrepasa la capacidad de la primera, es repetir una matriz tanto falsa como peligrosa. Si este último fuese el caso entonces en Venezuela hubiese hiperinflación desde los años cincuenta porque desde mediados de aquella década tal desfase existe en mayor o menor grado. Pero además, aunque bien es cierto que dicha brecha es propiciadora de la subida de los precios no explica por qué suben, pues en última instancia lo que lo explica es que en situaciones como esas los vendedores aprovechan para aumentar sus márgenes de ganancias a costilla de los compradores. El que eso parezca normal es precisamente el mejor indicador del problema, en el sentido de la manera cómo se naturaliza la práctica capitalista. Lo que quiero decir es que en una situación de escasez –real o ficticia, accidental o provocada- o donde la demanda de la población está muy por encima de la capacidad de satisfacerla bien por la producción interna o bien por las importaciones, no supone de suyo que los precios aumenten. Los precios aumentan no por la escasez en sí misma si no por las relaciones en medio de las cuales se producen que, en el caso de las economías capitalistas están mediadas por el afán de lucro individual a través de la explotación del otro -el egoísmo, tal y como lo llamó bien temprano Adam Smith o la “maximización de los beneficios”, tal y como lo dirían más tarde elegantemente los utilitaristas y neoclásicos. Ese egoísmo y el marco de competencia sobre el cual se da es lo que lo propicia y explica.
5. La inflación no existe: en la vida real, esto es, cuando una persona va a un local y se encuentra con que los precios han aumentado no está en presencia de una “inflación”. En realidad, lo que tiene al frente es justamente eso: un aumento de los precios, problema del cual la inflación en cuanto teoría y sentido común dominante se presenta como la única explicación posible cuando en verdad es tan solo una y no la mejor. Se presenta como la única posible porque es la explicación del sector dominante de la economía en razón de la cual se la impone al resto. En tal sentido, debemos ver cómo se forma y cómo funciona esta idea, pero sobre todo qué cosa no nos muestra, qué cuestiones claves no nos deja ver ni nos explica tras todo lo que dice mostrarnos y explicarnos como obvio.
6. El control de precios en los mercados es un falso problema porque en los mercados los precios siempre están controlados: en realidad, cuando los economistas se refieren al control de los precios como problema se están refiriendo al control de precios del Estado. Para la mayoría de ellos, debe dejarse que el “libre juego” de la oferta y la demanda se realice y autorregule los mercados. Sin embargo, en la única economía donde esa autorregulación funciona es en la de los manuales con que estudiaron dichos economistas. En un mercado suele suceder que los precios son impuestos por los productores y los ofertantes. Y en el caso venezolano eso es todavía más cierto dadas las condiciones oligopólicas y monopólicas de producción y comercialización. En este sentido, la opción al que el Estado controle los precios es que los precios sean controlados por los comerciantes y los productores, los cuales dadas las asimetrías correspondientes tenderán –como viene ocurriendo en la práctica más allá de la regulación- a imponerle al consumidor condiciones que van en desmedro de sus intereses. Por lo demás, argumentar que hay que eliminar un control de precios porque es malo, no cumple con su cometido, hace que suban más los precios, que se cree un mercado negro, el contrabando o la fuga de divisas, es tan absurdo como decir que hay que eliminar el código penal o las cárceles porque las autoridades no pueden meter a todos los delincuentes presos o existe impunidad. Nadie en su sano juicio pensaría eso. Si el control de precios no funciona o tiene fallas hay que mejorarlo pero no quitarlo pues quitarlo no soluciona el problema. Si el Estado no controla los precios los precios seguirán siendo controlados y nunca existirán mercados perfectamente equilibrados por la “mano invisible” del mercado. Eso ya lo sabía el mismísimo Adam Smith. Los precios serán impuestos por los productores y comercializadores tácita o concertadamente en perjuicio de los consumidores. La metáfora de la mano invisible inventada por Adam Smith y abusada por los economistas vulgares sólo sirve para invisibilizar las manos de quienes en verdad controlan y regulan la producción y comercialización de bienes y por tanto los precios.
7. En nuestro país el problema de los precios no comenzó hace 14 años. Y en honor a la verdad tampoco empezó con los adecos o el puntofijismo, sino que forma parte de una característica intrínseca al tipo de capitalismo desarrollado a partir de la llegada del petróleo. Lo que se quiere decir en términos generales es que la economía capitalista venezolana se ha caracterizado a lo largo de su historia por tener precios altos, lo cual se ha traducido en las tasas históricamente altas de acumulación y distribución desigual del ingreso observadas en nuestro país
8. El problema de los precios, dado lo anterior, deriva de un problema: el de la creación, distribución y acumulación de la riqueza una vez creada. Los precios altos no son un indicador de mercados distorsionados, es la expresión de la lucha de clases dentro de la sociedad capitalista venezolana.
9. El control de precios por sí solo no elimina el problema. Es necesario pero no suficiente y de hecho puede agravarlo sino se toman medidas complementarias al nivel de la producción (aumentar la oferta de bienes y servicios producidos y ofertados), pero también cambiar las relaciones de producción para evitar que la acumulación y la ganancia sigan determinando a las relaciones entre las personas. Sustituir la acumulación individual y la explotación como principio organizador de lo económico y social por un modelo productivo basado en la lógica de lo común, lo cual por cierto también incluye la creación de un novedoso y sistema bancario, financiero y de intermediación distinto al privado pero también la público, que debería erigirse a partir de la experiencia de la banca comunal con un doble propósito: por una parte, financiar y reproducir el “socialismo productivo”; pero por la otra reducir y al largo plazo evitar que la renta petrolera, el presupuesto público en general y los propios recursos “hechos en socialismo” sigan drenando al capital financiero y comercial aumentando las condiciones de desigualdad, atrofia y concentración que caracterizan a nuestra economía y por tanto a nuestra sociedad.
10. La guerra económica no es contra el gobierno, es contra la población toda. Conspirar a través de lo económico contra el gobierno es un pre-requisito necesario para la burguesía nacional y transnacional en vista de profundizar su guerra estructural y mucho más prolongada contra la población trabajadora. Es decir, la guerra contra el gobierno es una guerra derivada de la guerra originaria, la que involucra a los capitalistas contra los asalariados, en la medida en que la política económica del chavismo se ha basado en una distribución más equitativa del ingreso al tiempo que ha excluido a la burguesía del control del Estado, aspecto este clave para su práctica histórica de acumulación de capitales en cuanto el capitalismo en Venezuela se desarrolló históricamente como un capitalismo de y desde el Estado. En tal virtud, no es solo el gobierno el responsable de enfrentarla y ganarla sino la población toda, incluso aquella que no comulga con el actual gobierno pero que igual se ve afectada. Ganar esta guerra significaría avanzar un poco más en vista a crear una economía más democratizada y menos sujeta al malandreo de los pranes (viejos y nuevos) que durante décadas han usufructuado la riqueza nacional y mundial.
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