Uno puede usarla para enfrentar a los bárbaros, sea en nombre de Júpiter o de Jehová, precisamente el Dios de los Ejércitos. Por eso no ha de extrañarte que ese dios hable a la gente de la Casa Blanca, en persona, ordenando invasiones, matanzas, destrucción de bibliotecas y torturas inéditas. Esto de las torturas no es la primera vez que pasa, desde las autoflagelaciones hasta los interrogatorios «bajo capítulo de tormento» de la Inquisición, la inventora de la justicia de excepción que se está llevando tanto en estos tiempos (ver El Estado del derecho, sábado 8 de octubre de 2005).
También Juana de Arco escuchó a Dios, quien le ordenó vestirse de hombre y liberar a Francia de una invasión, casualidades, inglesa.
A pesar de ser todopoderoso, a Dios lo llevan y lo traen para fines inauditos. Hay organizaciones financieras sostenidas sobre Dios, como el Opus Dei de José Rodríguez Iturbe, el canciller de Pedro Carmona Estanga, que, casualidades, uno no lo ve nunca vinculado a un hospital para desvalidos, sino invariablemente en algún escándalo financiero o un golpe de Estado. No, no es raro. Los Caballeros Templarios también eran banqueros.
Igualmente justifica inmolaciones como las de los que conducen jets contra torres gemelas. Esta vez ya no se llama Jehová sino Alá. Porque sirve para convertir en guerra de religión una guerra petrolera cuando tiran a la poceta un Corán, para desmoralizar a un prisionero musulmán.
No cabe en la Enciclopedia Espasa la historia de las guerras de religión, así que las paso por alto. Baste decir que esa invocación de Dios es una de las causas de muerte más productivas, que ríete de las enfermedades coronarias o los accidentes de tránsito. Cualquiera invoca a Dios para matar, torturar o despojar a su vecino.
Llámese Guerra de los Cien Años, con la Doncella de Orleáns, también nombrada Juana de Arco; llámese Operación Púrpura invocada por la oposición extrema, para que se vaya el Tirano, apoyada por un cardenal que augura sangre y muerte masivas. No es la primera vez que un cardenal promueve cosas así.
La religión es un instrumento formidable y sirve para cubrir cualquier desmán que se le ocurra a cualquier ávido. ¿Será eso a lo que se refieren los que hablan del Dios Vivo?
Otros la usan para salvar su alma o promover la solidaridad, pero conozco pocos.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com