Cosas no contadas

El dinero

En esas reuniones con los compañeros de trabajo o amigos en común, siempre sale algún tema que llama la atención de todos. No solamente es que nos llame la atención, sino que tiene que ver con la vida de todos los seres humanos en una sociedad consumista.
El tema en cuestión es el Dinero, si como lo ven el maldito y amado billete.

Una dama del grupo contó una historia real que le había sucedido a su actual compañero sentimental. Para empezar su relato se refirió a una telenovela colombiana cuyo título era “Hasta que la plata nos separe”. Con cierta riza contaba que en el primer matrimonio de su pareja, el ambiente familiar era el de un cuento de Hadas, reinaba la felicidad por cualquier lugar de aquel humilde hogar. Los hijos, aun pequeños emanaba el amor maternal y paternal a borbotones de aquella hermosa y unida familia.

Hay dicho popular que dice; “La felicidad dura poco”, comentaba nuestra apreciada compañera siguiendo su relato. Como son las cosas, decía, un día como cualquiera salieron de compras por los comercios del centro de la ciudad. Muy humildemente con lo poco que tenían iban a ser austeros en las compras. Claro un sueldo mínimo para cuatro personas es poco. Pero, como ellos decían para todo hay y alcanza. En una de esas se atravesó un vendedor de loterías quien le ofreció un Billete. De esos que tienen más opciones que una página Web de un banco. El asunto es que aquella tarde la pareja hasta peleó por la compra del aquel boleto. La señora le decía: pero mi amor si gastamos en eso con que compraremos el pan y el queso para los muchachos. Bueno mija, vamos arriesgarnos por hoy a ver si la suerte nos acompaña.

El vendedor todo atribulado y cansado, porque ninguno de los dos se ponía de acuerdo, les dijo; bueno decídanse si lo compran o me voy. Aquellas palabras fueron humillantes para la pareja que a la final decidieron hacer la compra efectiva del tiquete. Esa noche los chicos pasaron de largo porque no hubo pan con queso.

Llego el domingo, prosiguió nuestra amiga. Creo que ese día era el más esperado por ese clan familiar. Toda la semana la conversación fue que si ganaban la lotería iban hacer esto, aquello y esto otro. Planes venían todos los días a la hora del almuerzo, en la noche en la cama esperando el que el sueño los venciera. En fin se había vuelto aquel pedazo de papel numerado lo más importante de sus vidas.

La impaciencia, las maldiciones y otras cosas inferidas al reloj o al tiempo porque no avanzaba se oían en coro en esa casa. Al fin llegó la hora, prendieron el único televisor que tenían. Ocho de la noche, la hora donde usted puede ser el próximo millonario, vociferaba el presentador del programa, tengan en su mano la suerte que en contados minutos comenzaran a salir las bolitas ganadoras. Una maquina agitaba las bolitas en el aire y aquellos seres, frente a la tele casi se comían los dedos. Son seis números ganadores en esta noche. Primera bolita el número tal. Mi amor lo tenemos gritaban los esposos rayando al límite de la histeria y sus hijos se preguntaban que les pasará a nuestros padres.

Cuando llevaban en sus cuentas ya cuatro aciertos, aquellas adrenalinas comenzaron a disparase de una manera inusitada. La quinta bolita es… aquel silencio que llegaba a lo más profundo de sus tuétanos, el numero tal… Hay!... Ya casi somos millonarios, gritaba el esposo, aquel grito se esparció por el barrio donde vivían y los vecinos comenzaron a acercarse en aquel ranchito y miraban y comentaban por la única ventana que tenía. Ya vayan haciendo las maletas para que vengan a cobrar, decía la voz del animador para ponerle más animo al sorteo. Y por último la bolita con el numero ganador es el tal. Imagínense el grado de locura que se formo en esa humilde casa. Los vecinos de contagiaron de aquella alegría que decidieron festejar el premio gordo.

Prestaron plata para poder ir a cobrar el premio mayor en la capital. Los estaban esperando unos señores “gerentes” con cara de amigables para hacerle entrega del cheque que contenía aquella considerable suma. Cámara por aquí, fotos por allá, abrazos por doquier eso era soñado para ese par de almas. Somos ricos dijeron en dúo los nuevos ricos y un flash de una cámara los dejó casi ciegos.

Bueno, decía la compañera nuestra. La felicidad se quedó en la capital. Cuando llegaron hicieron una fiesta donde invitaron hasta los gatos y los perros del vecindario. Botaron la casa por la ventana, es decir el rancho. El hecho de aquel desplome fue que en el banco las firmas fueron compartidas, ninguno podía sacar dinero sin autorización del otro.

Total, aquello se convirtió en una rencilla diaria. Dormían con un ojo abierto y otro cerrado. Los hijos no entendían nada lo que estaba ocurriendo. Los planes de vivir mejor se fueron para la cañería. Hasta que al final ya dormían separados. No podían verse. Aquel besito con ternura en la mañana y el desayuno en la cama desapareció. Hasta que uno de ellos reventó y pidió el divorcio pero con la condición que le dieran más de la mitad. Pero entraron los abogados a favor de la señora que a la final se quedo con la mayoría, por los niños que todavía no entendían nada.

Finalmente, cuenta la compañera, que llegaron a ser más pobres de cómo eran antes. Hasta que el destino me lo mandó, dijo sonriente, de su nuevo compañero. Vamos a ver como nos va. Pero algo si les digo, que andando conmigo que ni se atraviese un carajo vendiendo lotería.

Licdo. Marco Pedraza



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