¿Ser o no ser? Dejemos que Maduro sea ¡Ya basta de comparaciones!

Nicolás Maduro Moros, nativo de Caracas, el hijo de Nicolás Maduro, aquel hombre buenazo, cordial, nacido en Coro, a quien tuve la fortuna de tener como amigo, desde cuando le conocí en 1958, en una pensión de la esquina de Balconcito, parroquia Altagracia, es sin duda de ninguna naturaleza, el presidente de los venezolanos.

Pero hay algo más. Por circunstancias de distinta índole, que emanan de la voluntad del gran compañero Hugo Chávez, de la militancia del Psuv y de la participación firme y hasta lucida del propio Nicolás, es el guardián principal de los sueños de los venezolanos progresistas, humildes y partidarios de cambiar a Venezuela.

“El Plan de la Patria”, que no es más que el proyecto de los revolucionarios de Venezuela y América Latina, resultado de luchas centenarias ya, recogido por Chávez, hoy está en las manos de Nicolás, para que con la participación activa de los mejores hombres y mujeres de Venezuela y sobre todo el pueblo todo, conduzcamos al país hacia la grandeza y la gloria. Pero también, colaborar intensa y solidariamente, para que los demás pueblos de nuestra América y el mundo avancen.

Hay que asumir que parte del pasado quedó atrás. Se vino con nosotros aquello que puede trascender el tiempo y el espacio. Lo que no perece. Se nos murió Bolívar hace 183 años y nos quedó todo lo que envuelve el bolivarianismo; tan vivo que opresores y oprimidos, cada quien en lo suyo, deben estar “¡alerta, que camina la espada de Bolívar por América Latina!”.

Bolívar tuvo su tiempo y sus circunstancias. Actuó conforme esos factores le dictaron y le orientó su personalidad, cultura y la insigne enseñanza de sus maestros. Cuando tuvo que enfrentar dificultades, hasta llegó a tener confrontaciones con estos, como le sucedió en una trágica circunstancia con el prócer Francisco de Miranda.

Nicolás Maduro Moros, ese nacido en la Avenida Victoria o Presidente Medina de Caracas, es el mismo, hasta donde puede serlo, ahora presidente. Se formó en las luchas populares desde joven y tuvo la honrosa y brillante oportunidad de estar al lado de Chávez, justamente cuando éste inició el despegue que le llevó a convertirse en un personaje y estadista excepcional. En este proceso Nicolás también creció y llegó convertirse en un factor importante en el seno del movimiento revolucionario. No por azar, ni por sentimentalismos, Chávez le propuso para que le sustituyese. La grandeza y perspicacia del genial barinés, estaba por encima de esos procederes.

Nicolás llegó donde está ahora porque por razones sustanciales le correspondía. A Chávez le tocó retomar el camino de Bolivar y ahora a Nicolás el de Chávez. Es pues, Nicolás, y de esa manera tenemos que mirarle.

No procedemos con racionalidad intentando ver a Maduro de otra manera o como el delegado de Chávez. Veamos a nuestro presidente como el hombre que tiene en sus manos el poder para echar andar el “Plan de la Patria” que es el de todos. Es hasta imprudente que si creemos se equivoca, invoquemos a Chávez como para condenarle. Como también lo es, pensar que lo que concebimos como un buen proceder, lo atribuimos al presidente fallecido y en nombre de éste condenamos a Nicolás, si no actúa como creemos debe hacerlo. Si acierta, admitamos que acertó Nicolás Maduro, si no fue él mismo quien se equivocó. No hagamos comparaciones que sólo pueden conducir a crear falsas expectativas y hasta divisionismos.

Cuando me corresponda referirme a alguna acción u omisión gubernamental, como suelo hacerlo, lo haré como lo vengo haciendo, pensando que Nicolás es el presidente. Invocar situaciones imaginarias, idílicas, no ayudan en nada, sino en prender dudas y enturbiar las relaciones.

Respeto expresiones como esas emotivas, llenas de amor y resistentes a aceptar los hechos, de Nicolás el “heredero de Chávez y hasta el hijo de Chávez”. Tienen su fundamento y razón de ser. Uno formado en esta cultura bien lo sabe. Pero percibo que ellas nos llevan a ver a Nicolás, como si fuese nuestro querido comandante y sobre aquél, echan un peso inmenso, como si no bastase ser presidente en un período revolucionario y convulsivo. Esperan que el actual mandatario deje de ser él y asuma la personalidad de otro, con toda su grandeza y excepcionalidad. En ese ejercicio o exigencia, Nicolás sólo tendría la posibilidad de equivocarse y cargar con las culpas. Además, cada quien actúa no sólo en función de la estrategia que se traza y los caminos que define, la acción concreta del enemigo también incide en nuestra actuación

En mi humilde parecer, lleno de buena fe, percibo a Nicolás a veces como atrapado en la disyuntiva de ser Nicolás Maduro Moros, un revolucionario a carta cabal, de bastante talento, al frente de un movimiento nacional que empuja hacia el cambio, dentro de una América Latina que también se mueve en el mismo sentido, con los instrumentos en la mano bien asidos, no excepto de la posibilidad de equivocarse de vez en cuando, o actuar como si fuese otro personaje que le demandan los deseos de muchos; bellos y hermosos deseos, pero sin asidero en la realidad. Lo que debió quedar en el pasado quedó. Siguen las ideas, el proyecto, la fuerza inercial de Chávez, pero en las manos, inteligencia y personalidad de Nicolás Maduro Moros, tal como él es. Dejemos de pedirle a Nicolás que no sea el mismo.

Contribuyamos todos, sin persistir en hacer comparaciones, en un sentido u otro, para que Nicolás se sienta cómodo dentro de su cuerpo relativamente gigantesco.


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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