Las ciencias humanas suelen hablar del ‘orden social’ como concepto básico sobre el cual construir todo edificio teórico. Pero el orden se disipa y dispersa cuando lo buscamos en el mundo colonial o imperial, según lo veamos. A través de su revuelta historia, el imperialismo ha sido el mayor productor de desorden del planeta.
La ilusión de orden está en sus productos inmediatos dirigidos a la élite dominante: la empresa, el centro comercial, el edificio público. En Venezuela, y la pongo solo como ejemplo porque el fenómeno se da en todas partes, las élites viven en una suerte de campo de concentración rosa, donde se encierran, con alambradas de púas electrificadas, garitas, puestos de control, etc. Allí sobreviven en medio del terror. Terror al asalto de las «hordas», terror al atraco, al secuestro, al desvalijamiento. Sus automóviles son una carros de guerra, con vidrios ahumados y aire acondicionado. Una burbuja, como se llama significativamente cierto modelo. Algunos llegan a instalarle al rústico barras de metal que lo convierten en un acorazado que le permite aplastar a cualquier otro vehículo, como, efectivamente, ocurre. El sueño de todo dominante es un Hummer.
En la periferia de ese universo concentracionario viven las que la televisión comercial venezolana llama «hordas», es decir, el desperdicio social. Porque uno de los efectos más importantes del imperialismo es la producción de basura, pero no solo material sino humana. Ese sector llamado de bajos recursos o malandraje, según sea la estrategia de demagogia o de abierto desprecio, vive en los márgenes, en las orillas. En la Colonia era el «pardaje», la «orilla», la canalla esclava, la indiada, categorías que aún se conservan en la clase dominante, para quien todo en el que no viva en su campo de concentración rosa es sospechoso, de raza contaminada, de mal vestir, mal vivir y mal morir.
Este desperdicio humano va desde los niños de la calle (os meninos da rua) hasta el malandro atracador o secuestrador. Pero ese desperdicio es muy útil también, de allí viene la servidumbre, el vigilante, el jardinero, el chofer, la mucama, el estúpido invisible que surte la gasolina, el mesonero, el que te cuida el automóvil. Son gente invisible que sirve. Pero en los momentos de terrores nocturnos de las clases dominantes durante los años recientes en Venezuela, se invitaba abiertamente a desconfiar de esta gente. En toda una imaginería medieval, en aquel estado de pánico, prepararon alambradas de púa, aceite caliente, centinelas, sistemas de alerta temprana, armas, autodefensas unidas improvisadas. Se invitaba a desconfiar de la mucama, no importando cuántos años tenía con la familia, porque pertenecía a los círculos bolivarianos, etc.
Veamos este ejemplo de estado de terror de una clase social. Es un correo electrónico que circuló profusamente a mediados de 2002, cuya ortografía respeto. Dejo al lector determinar su nivel intelectual:
Subject: Fw: Dormir con el enemigo..
Con esto si hay que tener mucho cuidado.
Muchos son los rumores que circulan y la gran mayoria son puras especulaciones.
Sin embargo, si vives en el sur-este de la ciudad, debes saber que han sido detectados varios círculos bolivarianos, uno de ellos conformado por conserjes de edificios, choferes, personal doméstico y vigilantes de edificios.
Se estuvieron reuniendo en el mercado de los corotos que estaba en los autocines del Cafetal. Hoy en día se siguen reuniendo los fines de semana en el mercado de la UCV.
La labor principal que han desarrollado es indicar nombres, número de apartamentos, carros, ademas de quiénes están armados y quiénes no.
La primera recomendación es no involucrar a ninguno de estos en cualquier plan de contingencia que se prepare entre vecinos y por más que estos tengan muchos años trabajándoles, tengan mucho cuidado.
Tengan cuidado quienes viven en Alto Prado, Prados del Este, Cumbres, Santa Ines, Santa Fe, etc. puesto que el centro de operaciones de los círculos que dominan estas zonas es Minas de Baruta y Barrio Santa Cruz.
En este momento, los miembros activos de los círculos bolivarianos reciben semanalmente 60.000 Bs. La pregunta es cuánto pagas tú a quien te trabaja y éste qué debe hacer para ganárselo? En cambio, pasando sólo información, el lucro es muy llamativo. Recuerda que miseria mata a sueldo mínimo y la necesidad de todos ellos es inminente.
No confies por más y que sea hijo de la Nana y que tenga contigo tantos años... es muy probable que estés durmiendo con el enemigo.
No olvides que ellos saben quiénes somos nosotros pero nosotros no sabemos quiénes son ellos.
Esta imaginería medieval sigue intacta en esta sociedad feudal latinoamericana. La historia de la ballesta la ilustra. Esta arma fue principalmente de cacería o deportiva, pues en batalla el ballestero se quedaba inerme en pleno campo de batalla, una vez que había disparado, pues era laborioso el proceso de montar otro dardo. Pero con la aparición de los castillos normandos, que dejaban a los villanos fuera del campo de concentración rosa, la ballesta adquirió una edad de oro, pues desde las garitas era muy útil para sofocar certeramente las rebeliones de las «hordas». El ballestero disparaba su arma y un asistente le tenía ya preparada y armada otra. La ballesta tiene la ventaja de la precisión, que la flecha no tenía y que solo tenía utilidad estadística. La ballesta tenía largo alcance y gran impacto, y si su tamaño era suficiente podía convertirse en un arma de artillería. Solo las armas de fuego desplazaron las ballestas.
¿Cómo es este residuo humano que produce el imperialismo combinado con el feudalismo latinoamericano? En primer lugar no basta con el desprecio y la repugnancia. También es necesario convencer a ese desperdicio social de que tiene la culpa de su situación. Es decir, hay que inocularles la convicción de que son así de nacimiento porque ese es el ilusorio orden natural de las cosas. Se llama orden lo que no es más que un desbarajuste. Se inculca así la vergüenza étnica, social, etc. El buen pobre debe estar resignado a su destino y aceptarlo sin rebelarse, esperando del señor alguna migaja que le permita sobrevivir sin mayor aliciente que una sonrisa paternal. Algunos ex izquierdistas viven aferrados a esa sonrisa paternal.
¿Qué pasa cuando este desorden social se pone en peligro? Bueno, lo hemos visto en casi toda América. El caso más reciente ha sido Venezuela. Se desabotona una campaña de terror entre las clases altas y las personas de clases medias y bajas que se identifican con ellas. Te van a quitar los hijos, te van a invadir las «hordas», te van a expropiar, te van a «cubanizar» el colegio privado, te van a robar el tostiarepas. Es decir, te van a quitar tus atributos de clase.
Es curioso cómo en nombre de la prosapia y la altura intelectual se desparrama la más «torrencial chabacanería» (como la llamaba Ortega y Gasset). Basta ver el comportamiento de las que Manuel Brito llama «las doñitas del Este (sin distingo de género)». Basta ver las expresiones procaces de sus más destacados dirigentes, basta ver su televisión. No hay chocarrería más estrafalaria, no hay ofensas más viles, no hay expresiones más convulsas que las de estos dirigentes, cuyo nivel intelectual en general está por debajo del tercer grado de primaria. No es ninguna deshonra no haber pasado por el tercer grado. Lo vergonzoso es que estos tipos se graduaron en universidades y algunos son docentes en ellas.
Dado este contexto, me pregunto: ¿Es esto un orden social? ¿No es más bien la descripción sucinta de un inmenso desorden? En el último volumen de su serie El método, Edgar Morin reafirma su tesis de que somos un cuerpo complejo en donde interactúan tres principios: individuo, sociedad y especie. Los tres tienen sus consecuencias. Cuando predomina el individuo predomina el egoísmo. Cuando predominan la sociedad y la especie, prevalece el altruismo. Todos estamos hechos de estos tres componentes, que juegan en equilibrios y desequilibrios.
La megamáquina social ha generado desde por allá por Sumeria, sociedades inmensas en donde se imponía una dominación tiránica, enteriza y brutal. He allí un ejemplo de desorden: en nombre de la civilización Bush destruye los tesoros de su propia civilización. Esos imperios crearon exclusiones que se le fueron de las manos: los bárbaros, los plebeyos en constante rebelión. Entre nosotros se creó una sociedad cimarrona que no ha hecho sino crecer y ahora ha cobrado conciencia de su dignidad y de su autoestima.
Son esas las condiciones para superar el inmenso desorden social cuyo emblema capital hemos visto en el abandono criminal de la ciudad de Nueva Orleáns, solo porque en ella predominan los descendientes de los esclavos y donde se asienta una riqueza cultural que pone en peligro el desorden imperial. Es de esa periferia tan temida por los dominantes de donde saldrá este nuevo mundo posible y necesario que estamos construyendo.