La situación actual del país y la innegable exacerbación de la confrontación, a la
que parecieran no bastarle las usuales trincheras –electoral y mediática- demandan de nuestra parte serias reflexiones.
Durante 18 elecciones y a través de los medios, encontramos primordiales válvulas de escape que impidieron la emergencia de otro tipo de anulación del contrario. Generamos prácticas políticas a través de las cuales, durante 14 años, pretendimos la eliminación o "purificación", del “otro”. Desarrollamos reglas de juego que curiosamente y para sorpresa de voces agoreras, nos permitieron resolver los conflictos sin necesidad de recurrir a la violencia física.
Paralelamente fuimos construyendo un mundo de diferencias absolutas entre oposición y bolivarianos en el que no se admiten precisamente las diferencias. Situación que nos trae a la memoria una cita atribuida a Tertuliano, muy oportuna para los tiempos de mutuas acusaciones que vivimos: “Tenían a los cristianos por causa de todos los desastres del país, de todas las desgracias del pueblo. Si el Tíber desbordaba los diques, si el Nilo no alcanzaba a regar los campos, si el firmamento no se mueve, o si se mueve la tierra; si hay hambre, o una plaga, todos gritan: ¡los cristianos a los leones!
A falta de leones, en esa particular lógica de confrontación, los culpables de todos los males del país han sido habitualmente “eliminados” a través del voto y los medios.
Gradualmente nos fuimos acostumbrando a la intolerancia como estrategia de vida y de relacionamiento con “el otro”. A la larga desarrollamos, en un país polarizado, una cómoda y cómplice estrategia de sobrevivencia y de falsa coexistencia. Hasta ubicarnos en una -supuestamente contradictoria situación- de perversa tolerancia a la intolerancia.
Tal fenómeno no supone el respeto y la consideración por la diferencia y por las opiniones y prácticas del “otro”, aun cuando sean diferentes a las nuestras. Tampoco implica el respeto al “diferente” precisamente porque sostiene puntos de vista que, aun cuando no son los nuestros, tienen igual validez. Por el contrario, nos hemos habituado a la intolerancia en tanto odio que reivindica una superioridad alternativa y por ende, impera la arrogancia y la prepotencia de poseer la "verdad" hegemónica.
La tolerancia a la intolerancia se expresa en el cansancio o indiferencia con el propio país; en ocasiones cobra visos de neutralidad hacia el presente que, por el contario, demanda militancia. A veces aparece como una actitud permisiva que “da licencia para matar”. O se torna en una complicidad automática que conduce a la condescendencia e indulgencia ante el error, la ineficiencia, la corrupción en todas sus manifestaciones.