Estamos en tiempos nuevos, en los más revolucionarios conocidos hasta ahora por la humanidad; se trata del tránsito de la sociedad clasista a la sociedad de iguales que excluye todo vicio de explotación de unos hombres por otros; se trata de que el Estado[1] vaya perdiendo cada vez más su razón de ser.
La sociedad burguesa se encargó de convertir a la división del trabajo en un instrumento de dominación a través de la alienación que arrastra la división jerárquica de los proletarios por el sólo hecho de que unos sean, por ejemplo, “profesionales”, y otros técnicos y obreros rasos y hasta analfabetos. Esta estrategia, económica en su origen, no sólo ha frenado el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que ha delegado sólo en algunos trabajadores todo el mérito de participar holgadamente en la riqueza creada cada año mediante el trabajado mancomunado y forzado que aplican las empresas privadas fábrica adentro.
Ya en Venezuela somos y mantendremos una población trabajadora alfabetizada de cabo a rabo con lo cual damos por eliminada una forma poderosa de jerarquización proletaria. Este es un logro de nuestro proceso de socialización, rumbo a una sociedad radicalmente diferente y libre de las ataduras e injusticias sociales que hasta poco más de una década reinaba en nuestro país.
Con esa alfabetización erradicaremos la división de los salarios puesto que todos los trabajadores serán suficientemente capacitados desde el punto de vista técnico, y sólo las inclinaciones naturales determinarán la división técnica laboral que no implicará división social ni jerarquización del poder adquisitivo de los “salarios”. Preguntémonos: ¿qué impide que todos los trabajadores de una empresa ganen un mismo salario?, ¿qué perjuicio puede tener esa igualación?, ¿qué beneficios traerá? Desde la actual óptica burguesa es difícil acertar en nuestras respuestas. De momento, limitémonos a responder que sólo la praxis nos lo dirá.
Otro aliciente que tenemos para sentirnos optimistas en este transito social del Estado burgués al Modo comunal es que por naturaleza propia, la gente humilde, la hasta ayer menos docta, menos infatuada, menos enviciada en las doctrinas consumistas burguesas, es y ha sido una población espontáneamente socialista, y comunitaria. De otra manera, no nos explicamos porqué sólo los proletarios semianalfabetos y marginados han prestados con humildad, con resignación, y con buena voluntad a otros proletarios ciertos servicios que estos otros, aunque los hayan practicado en sus casas o y hogares originales, hoy les resultan faenas sucias, no para ellos, como si ellos fueran humanamente diferentes.
En ese sentido, trabajamos fácilmente en comunidad, sin egoísmos mediáticos, sin prejuicios sociales, con alta proclividad a la ayuda recíproca que nos anima en cada actividad. Ejemplo conocido son las llamadas cayapas populares sin fines de lucro, muy practicadas por los trabajadores peor tratados en nuestra sociedad burguesa, pero que formó ya los hábitos socialistas que se aplicarán en las comunas que se hallan actualmente en formación. De las comunas será la nueva
Administración de los dineros públicos, de ellas será la elección directa de los directores laborales hasta ahora llamados gobernantes, cosas así.
[1] El Estado burgués donde hemos crecido y donde luchamos es una suprainstitución al servicio de la clase burguesa que da permanencia a la condición proletaria de los trabajadores, los reprime ante cualquier protesta que de alguna manera desestabilice el poder económico de la burguesía.