Toda diferenciación salarial está basada en la oprobiosa y tecnicista división del trabajo entre calificado y no c. Esto ha permitido que algunos trabajadores reciban salarios groseramente altos, mientras la mayoría de los trabajadores los reciben rayanos en el salario mínimo que, por cierto, desde un tiempo para acá lo fija unilateralmente el Estado otrora aburguesado y hoy en vías de socializado, salario mínimo que la burguesía combate con elevación de precios.
El argumento que ha permitido la diferenciación de salarios dentro de una empresa es que unos trabajadores tienen mejor preparación técnica que otros, sin detenerse a pensar que tales preparaciones han pasado por exclusiones sociales de las mayorías obreras en contra de su voluntad.
En esa diferenciación también se ha pasado por alto el incuestionable hecho de que no hay una fuerza de trabajo que pueda medirse acertadamente sin tomar en consideración la complementariedad que guardan todos los trabajadores entre sí cuando participan como equipos laborales en un departamento o en toda la fabricación de cualquier mercancía, si la empresa ha optado por dividir el trabajo a fin de mejorar la productividad promedia. Sin esa complementariedad no mejora ninguna productividad grupal.
La misma consideración de que hay una mano de obra mejor preparada que otra ha establecido que el trabajador calificado está potenciado para aportar más valor a la empresa que lo que hace un trabajador de calificación menor. A mayor aporte laboral, mayor salario, dice el patrono burgués.
De allí que, mientras el primero gane más de un salario mínimo-más de una cesta básica-el de menor calificación tendía que conformarse con una cesta básica más chiquita, algo así como comer menos, de menor calidad, o sea productos en menor cantidad y de inferior calidad.
Eso luce aparentemente racional, pero nos olvidamos que la ingesta humana al igual que la fuerza de trabajo es tendenciosamente homogénea para todos los trabajadores, en cuanto a su desgaste físico y al hambre que supone su empleo en tal o cual fabrica, en tal o cual actividad durante la prestación de sus servicios. Tal racionalidad supone que la reposición de la fuerza de trabajo tenga algo que ver con estudios previos que hayan podido formar especializadamente a unos trabajadores y no a todos.
Cuando Carlos Marx reafirmó la fuente del valor de las mercancías, y a este lo hizo descansar en el trabajo, dejó en claro que los valores de las mercancías suelen ser diferentes porque en el ellas se ha invertido cantidades diferentes de fuerza de trabajo, de horas-hombre, diríamos hoy.
Obviamente, un trabajador mejor calificado resulta más productivo, requiere, por ejemplo, trabajar la mitad de lo que debe hacer un trabajador con una productividad 50% menor, pero una cosa es el costo de la fuerza de trabajo prefábrica, y otra el valor que ella puede crear dentro de la fábrica. Un trabajador menos calificado bien podría aportar igual valor que el aportado por uno más calificado que él, aunque con cargo a un mayor esfuerzo personal, una mayor fatiga, por ejemplo.
Para afirmar que un trabajador es más productivo que otro se tendía que considera igualdad de horas y de esfuerzos individuales, cuestión bastante cuesta arriba. Lo usual y recomendado es promediar la productividad de todos los trabajadores operando como una sola pieza, u optando por reconocer una jornada laboral diferente y menor para quien posea una mayor calificación. Esta sola consideración abriría fuentes de empleo, entre otras ventajas para la economía nacional.
Además, y esto es determinante a fin de revisar la actual manera de aplicar salarios diferentes dentro de una misma empresa: Como quiera que el trabajador recibe su paga en dinero, a este trueca en el mercado por las mercancías de su cesta básica, razón por la cual se ve obligado a tolerar los precios que allí queden establecidos, independientemente de que el trabajador de bajos salarios no pueda satisfacer dichos precios y sólo le quede la opción, como dije arriba, de no comprar algunos bienes de la cesta, comprarlos en menor cantidad o comprarlos de pésima calidad.
Digamos que el trabajador no calificado queda condenado a sufrir alzas de precio que bien puede cubrir el trabajador calificado, de tal manera que los hijos del algunos trabajadores-la mayoría-ya no podrán recibir una alimentación igual a la de los trabajadores mejor calificados, como si esos relevos laborales tuvieran algo que ver con ese criterio que la burguesía mantiene para sus padres.
Mediante esta consideración, el salario no estaría respetando la idea originaria de salario o pago de la fuerza de trabajo, misma que establece un valor capaz de cubrir la cesta habitual del trabajador con inclusión de la posible reposición de su fuerza de trabajo en términos generacionales.
[1] Este tema está incorporado a PRAXIS II, actualmente en fase de borrador.