En 30 días, nuevamente nos confrontaremos en la trinchera electoral, ruta que transitamos de la mano del miedo, la incertidumbre y la hipocresía. Nos convocan unas tradicionalmente menospreciadas elecciones municipales que cobran importancia y peso político al transformarlas en una suerte de referéndum al gobierno de Nicolás Maduro, juego político-electoral que ha arrastrado “sin querer queriendo” al gobierno.
No estamos en campaña pero… las fuerzas políticas en pugna -GPP y MUD- hacen gala de todos su recursos, simbólicos, materiales y coactivos y se preparan para una nueva “batalla final”.
La procura del poder y el miedo al socialismo bolivariano, se esconden tras una orquestada agenda del caos que encuentra su expresión en medios nacionales e internacionales, en oportunos sondeos de opinión y voceros del “fin de mundo” que refrendan las denuncias mediáticas. La ausencia de un modelo alternativo de país y de un verdadero liderazgo se esconde tras el dedo acusador del supuesto y cacareado fracaso de una gestión. Contexto en el que es válido mentir, pantallear y fingir virtudes y cualidades ante un adversario que se representa disminuido y el origen de todos los males.
La respuesta bolivariana se centra en desmentir e invalidar al adversario y en la defensa de la gestión de gobierno. Se focaliza en mostrar logros en la lucha contra inseguridad y corrupción, la guerra económica y la mediática, también en alcances en inclusión social y económica, validados internacionalmente. Esfuerzo que distrae la atención en la gestión de la transición al socialismo, muy disminuida en la agenda mediática oficial. En la antesala de la contienda electoral se refuerzan las relaciones con las bases sociales y se activan espacios de participación y corresponsabilidad, que deberán despertar de su letargo al ciudadano “protegido” producto de una política asistencialista. La figura heroica de Chávez orienta la gestión, protege a su pueblo y engendra una suerte de misticismo.
Paradójicamente esta confrontación genera sentimientos encontrados en torno al reconocimiento del conflicto y su legitimidad. Voces conciliadoras suplican erradicar la dimensión conflictual de la vida social, otras cuestionan el lenguaje bélico y sin embargo la relación con el adversario se plantea en términos de enemigo a vencer. Nuevamente, una falsa moral demanda unilateralmente al gobierno y a las fuerzas políticas que lo apoyan la “insoslayable” tarea de la reconciliación.