Quienes hacen una revolución de orientación socialista generalmente se hallan ante la disyuntiva de acabar de una vez por todas con el viejo orden establecido u optar por una alternativa gradual que permita ir desconstruyendo dicho orden mediante la puesta en vigencia de algunas reformas de leyes y medidas gubernamentales que contribuyan a ello. De ahí que las diversas experiencias revolucionarias (aun las más radicales) estén expuestas a equivocar el rumbo y terminen por mantener inalteradas las relaciones de poder y, por ende, las estructuras del viejo Estado que se pretendía transformar y erradicar. Esto último llegó a suceder en el caso fallido de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, al no cambiar dichas relaciones, se produjo la entronización de una nueva casta dirigente que -excusándose en razones de Estado, en algún momento válidas- impidió y limitó la participación popular, lo que terminaría posteriormente en la restauración del capitalismo, tal como lo advirtieran tempranamente León Trotsky y el Che Guevara al estudiar su realidad política y económica.
En tal caso, lo que se requeriría es disponer de una voluntad política suficiente y de un sentido de la trascendencia histórica (tanto particular como colectiva) para asumir y llevar a cabo una revolución verdaderamente socialista, sobre todo si ésta se impone superar y extirpar las desigualdades derivadas del sistema capitalista. Tal cosa -debemos estar conscientes de ello- no es una tarea demasiado fácil de cumplir, especialmente con hombres y mujeres quienes han sido objeto desde su infancia de un proceso constante de alienación que legitima la lógica del capital, sin que unos y otras estén plenamente conscientes de esto, a pesar de evidenciarse también lo contrario. Pero, ¿será, acaso, imposible de lograr una revolución de signo socialista en medio de la realidad creada a imagen y semejanza del capitalismo? Nos respondemos que no. Lo que debe establecerse es una comprensión permanente de los múltiples obstáculos a vencer en el camino de la construcción colectiva del socialismo revolucionario y no creer jamás en que esto será producto de la visión, del ánimo y de las acciones decididas de un líder carismático que, al decir de muchas personas, sólo aparecería cada cien años. Mientras se piense en las limitaciones y desánimos particulares, el avance revolucionario se hará lento y, en muchas ocasiones, sufrirá un estancamiento definitivo que, a la larga, sabrían aprovecharlo sus enemigos históricos.
A pesar de todo ello, la fórmula pareciera bastante simple: no caer en el error de ser inocentes al creer que sólo basta expresar unas buenas intenciones, al modo de la prédica de un nuevo evangelio que redimirá a la humanidad actualmente explotada y oprimida. Este error de la inocencia, incluso, hace que muchos revolucionarios lleguen a esperar confiados en que sus opositores serán alcanzados, en algún instante de sus existencias, por la revelación de la verdad revolucionaria, olvidando que ellos nunca estarían dispuestos a aceptar un cambio tan radical que afecte sus mezquinos intereses de clase.-