La sociedad venezolana ha venido observado que mientras más leídos[3] sean muchos de los venezolanos de “clase media” o de media clase, y, peor aún, hasta muchos de los más furibundos izquierdistas de la 4ta. República de lamentable recordación, mientras más leídos sean esos venezolanos, decimos, más se han venido cargando de una animadversión gratuita hacia un gobierno que, si por ahora no es abiertamente socialista bajo los cánones ortodoxos, ni mucho menos comunista, sólo está favoreciendo con prioridad justificada a esos millones de pacientes venezolanos que ellos etiquetan de “leídos y escribidos”, a quienes de hecho tienen más sabiduría y claridad de pensamiento político que muchísimos intelectuales y simpatizantes de la abolida 4ta. República.
Esta suerte de pequeña burguesía y de proletarios no marginados está demostrando una profunda ignorancia sobre el acontecer nacional y mundial. Han carecido de una auténtica y veraz Historia Universal escrita, editada y distribuida por gente de pensamiento científico, sin parcialidades políticas-si se quiere-pero con pensamiento materialista sin que eso signifique “comer niños”. La mayoría de las personas que han sido acusadas en el mundo de delitos contra menores y mujeres son precisamente “gente de la derecha”.
Pero, sobre todo, nuestra media clase formada por excelentes y fatigosos y hasta industriosos trabajadores ignora que la población de hombres, mujeres y afines, niños y niñas, ancianos y ancianas de Venezuela está dividida en clases sociales, independientemente de los variados estratos y subestratos sociales reinantes que el mismo sistema capitalista germina y prolifera.
Obsérvese que tenemos mil y un colegios de profesionales; mil y un sindicatos de todas las especialidades laborales, tenemos numerosos clubes deportivos, unos más regionalistas que otros y, sobre todo, tenemos una oprobiosa y desinformada formación de “castas” salariales dentro de las empresas de mediano, alto y moderados rangos sociales y cuyos personales uniformes, si bien nos equiparan por departamentos y secciones, nos dividen dentro de la empresa y fuera de los centros comerciales, fabriles y bancarios[4].
Decimos que a pesar de todas esas distinciones grupales y gregarios, lo fundamental es la división en clases, en especial burguesía y proletarios. Los primeros se caracteriza porque son personalidades cuyas personas “no tiran un palo” que justifique sentarse a la mesa para compartir en familia en paz con su conciencia. Los segundos son, en vez de trabajadores,[5] son creadores de esa riqueza representada por los bienes de la cesta básica, los de las viviendas y demás edificaciones, del resto de todos los bienes útiles, con inclusión de los morbosos, los campesinos de la narcoagricultura, por ejemplo. Existen tantos estratos y subestratos como valores de uso puedan concebirse, pero las clases los unen a todos ellos, según los valores de cambio porque hay quienes sin trabajar tienen capital o poder de compra, propio o ajeno, y hay quienes tienen sólo su fuerza de trabajo para trocarla por salarios.
Los llamados escuálidos o gente de media clase no saben que en esta sociedad, como en todas las del planeta, coexisten aún dos ideologías contrapuestas, radicalmente diferentes, porque una cosa es pensar y vivir con barriga llena sin haber trabajado, y otra es soñar con opíparos banquetes aunque trabajemos para vivir. Buena parte de los escuálidos se acostumbró a decir y pensar que “si no se trabaja no come, que no se vive de la Política”, pero con eso sólo revela su profunda ignorancia que tanto joroba al resto de los proletarios.
[1] De entrada, clase media no existe. Existen burguesía, proletarios y terratenientes. Es como si dijéramos 1 y 1/2 mundos, eso tampoco existe, y es más: los crédulos y supersticiosos hablan del “otro” mundo. Las fracciones sociales no existen porque se trata de categorías cualitativas, no cuantitativas. En cuanto a la cantidad de miembros de esas clases, eso ya es otra cosa. La burguesía se compone de pequeños capitalistas, medianos y de alto giro económico, pero hasta allí.
[3] Ser una persona leída no necesariamente significa que tenga las cosas claras. Todo depende de las fuentes donde haya bebido y de cuales bibliografía y otros medios haya extraído su acervo cognoscitivo, ideológico y tecnocientífico.
[4] Véase Manuel C. Martínez M., PRAXIS de EL CAPITAL, obra ya impresa y a sus gratas órdenes.
[5] Véase a.cit, PRAXIS II, aún en borradores..