Por tradición y no por otra causa, la recolección de basura urbana y domiciliaria ha estado a cargo de las Alcaldías o Concejos Municipales. En las ciudades rurales antañonas, casi toda la basura sólida se reducía a la hojarasca y frutas corrompidas, mangos, por excelencia.
Con esa falsa industrialiación burguesa y puntofijista la cuestión cambió radicalmente: botellas que ahora no recoge el botellero, ese que de esa recolección vivía ya hasta con ella levantaba a una familia modesta.
Ahora no transportamos las compras de víveres con nuestras propias bolsas de tela hechas en casa o de cuya elaboración vivían muchas personas; o de aquel papel de las bolsas de cemento importado, ni recogemos los granos en aquellas medias totumas o calabazas de gran capacidad truncadas longitudinalmente. Allí nos vaciaban los cereales y sobre ellos los huevos y otros bienes delicados que así quedaban bien sujetos sin requerir envoltorios particulares.
Bueno, ahora que la basura se mide en toneladas diarias con una mixtura que hasta cadáveres de animales lleva en su seno, es necesario y urgente que la función recolectora de ella pase a otros entes gubernamentales. Es un hecho notorio por demás, a la vista y al olfato, que la basura está dejando de ser un problema local para convertirse en un complejo y estratégico problema nacional.
Entre las posibles leyes habilitantes que se hallan en pleno proceso de elaboración y consideración, creemos que la trasferencia de competencia de algunas atribuciones y funciones atávicamente municipales, como la recolección de basura urbana y domiciliaria, deben ser transferidas con la mayor brevedad posible al Ministerio del Poder Popular para la Salud, organismo nacional que debe y ha debido desde tiempo atrás ser el más competente para absorber esta delicada función sanitaria de hecho.
