He buscado la palabra «teorema» en dos de mis diccionarios favoritos. El DRAE, de la Real Academia Española, establece que se trata de una «proposición demostrable lógicamente partiendo de axiomas o de otros teoremas ya demostrados, mediante reglas de inferencia aceptadas», explicación un tanto nebulosa que contrasta con la del diccionario de doña María Moliner, ejemplo de castellano transparente: «Afirmación susceptible de demostración científica». Para las necesidades de este artículo voy a utilizar ambas definiciones, a empezar por la del DRAE, que hace hincapié en los aspectos deductivos del pensamiento.
Los medios de desinformación que nos rodean suelen vaciar de contenido algunas palabras imprescindibles y ello con la finalidad de que el ciudadano irreflexivo siga suscribiéndolas como si todavía poseyeran su significado primigenio. He aquí dos ejemplos con los que todos nos topamos a diario: «democracia» e «izquierda». En la España de mi adolescencia, quienes aborrecían el franquismo soñaban con las dos palabras. Pasó el tiempo, murió el dictador, tuvo lugar la transición, se implantó la democracia y, con ella, la izquierda incluso alcanzó el poder. Pero ¿se cumplieron aquellos sueños?
De acuerdo con el DRAE, si partimos del doble axioma lingüístico de que el prefijo griego demos significa pueblo y el sufijo cracia gobierno, un hipotético Teorema de la Democracia debería definirse como sigue: «Democracia es el sistema político en que gobierna el pueblo». Lo que no calcularon los sesudos académicos es que muchos think tanks posmodernos hoy alteran deliberadamente el lenguaje y, así como los muertos civiles de cualquier guerra imperialista son ahora daños colaterales; que la palabra libertad en los labios del señor Bush significa esclavitud en Irak o que el respeto por las minorías no es la misma cosa para un dirigente blanco del PRI o del PAN que para un indio zapatista, con «democracia» ha sucedido igual: cualquier parecido entre las elites que controlan nuestras democracias burguesas y el pueblo al que supuestamente representan es pura coincidencia, lo cual convierte la definición que el DRAE da de teorema en algo inservible por su escasa aplicabilidad deductiva en el terreno de la praxis política contemporánea.
Estudiemos asimismo la palabra «izquierda». Tras la Revolución Francesa, las masas de la capital se sentaron en el lado izquierdo de la Asamblea Legislativa, mientras que los partidarios incondicionales de la Constitución de 1791 lo hicieron en el derecho. Ése fue el origen de la acepción política del término «izquierda», luego recibido en herencia por los partidos de orientación marxista que han perdurado hasta el siglo XXI. Veamos cómo sonaría el Teorema de la Izquierda, siempre según el DRAE: «Izquierda es lo que pretende sustituir el capitalismo por el socialismo». ¿Sigue siendo eso verdad en nuestras democracias? El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) renunció al marxismo bajo la batuta de Felipe González y ahora es socialdemócrata, lo cual quiere decir que se somete al capitalismo y aspira a darle un rostro humano. Ya no es socialista y, sin embargo, sigue autodenominándose de izquierda, muy en consonancia con sus hermanos de parroquia, que también perdieron las plumas en el camino: los partidos socialistas francés, portugués o chileno se neoliberalizan para aumentar sus votos; el Labour Party de la Gran Bretaña dilapida en tierras iraquíes el poquísimo honor que le quedaba; el PRD mexicano, como bien afirma Gilberto López y Rivas, abandona sus principios fundacionales y la Internacional Socialista sobrevive, con más pena que gloria, tras admitir un sistema económico que sus abuelos rechazaban con vehemencia.
Las razones anteriores justifican mis reservas ante la definición de teorema que da el DRAE. Prefiero la sobriedad del María Moliner, porque al mencionar la ciencia («afirmación susceptible de demostración científica») introduce un sesgo mensurable, cercano a la exactitud matemática de los teoremas de Pitágoras o Euclides.
Veamos cómo se le aplica tal definición a la trayectoria política del presidente venezolano Hugo Chávez, un hombre adorado por las masas de su pueblo, pero que sufre las iras de la derecha más rancia de Venezuela o de Occidente y el desprecio verbal de muchos ¿izquierdistas? que hoy abarrotan los medios de comunicación y los parlamentos de América y Europa. Si se le aplican a Chávez axiomas tan inatacables como el abrumador cómputo electoral de todas las elecciones que ha ganado pulcramente o las cifras millonarias de venezolanos pobres que, por primera vez en la historia de ese país, gozan de cuidados médicos, acceso a la cultura y esperanza de prosperidad desde que él llegó al poder, es fácil concluir que en Venezuela sí se cumplen los susodichos Teoremas de la Democracia y de la Izquierda (tanto desde el punto de vista deductivo del DRAE como desde el científico del María Moliner), lo cual me permite formular, «mediante reglas de inferencia», la definición de un teorema criollo que, a mi parecer, tiene la doble virtud de desenmascarar a los impostores de la izquierda y de hacerle justicia a un hombre generoso y providencial para el futuro de América Latina. Lo he llamado Teorema de Chávez y dice así: «Izquierdista es todo aquel que defiende a Chávez».
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